Nada es lo que parece, ni las trenzas de campesina ni la buena voluntad de Rouco Varela

Los desastres económicos, corrupciones personales y políticas, guerras,  desfalcos y descalabros sociales empiezan simplemente por desvelar un secreto.

El periodismo ya no es el cuarto poder. Todo se supera, y  desde que he visto la película “El quinto poder”, estoy un poco preocupada. No por haber perdido la fuerza de la palabra sino por el descubrimiento de que el imperio de la información es gravemente peligroso. Todos estamos en la maraña de la duda. Es tan fácil caer en la corrupción,  la infidelidad o la desconfianza, que me siento una simple pieza – sé que lo soy- de este entramado de engaño. Hay tres frases en la película –puestas en boca de Julian Assange, creador de  wikiLeaks- que me han dejado inquieta: La corrupción empieza por dos personas y un secreto. Una cotidiana realidad que se presta a chantaje. Un chantaje chiquitito: yo sé lo que has hecho y me callo si tú no dices que yo hice… En fin, un engaño vulgar y corriente en el que caemos hasta en nuestra propia familia. Dos: Si la identidad del delator es secreta ya no tiene nada que temer. Es decir, si yo no sé que tú sabes que yo sé, porque me he enterado sin un nombre detrás del posible secreto, no hay nadie a quien culpar. Y una tercera y demoledora: No se llega a nada confiando en los demás. Sin comentario.

Basándose en estos estremecedores pilares de wikiLeaks (traducido como filtración de información), el mundo camina con los ojos tapados por la oscuridad. Yo no sé, tú no sabes, pero sabemos todos. Yo no he sido, tú tampoco pero ha ocurrido.

Los desastres económicos, corrupciones personales y políticas, guerras,  desfalcos y descalabros sociales empiezan simplemente por desvelar un secreto. Los espías, al fin, son una especie de wikiLeaks  que viven en impunidad hasta que desvelan su secreto. Revelan su identidad y confían en alguien. Cuando estos tres actos positivos se dan, el espía pasa a ser corrupto, acosado y sin amigos. Resumiendo: hay que dudar de todos y pasar de puntillas por la historia de cada día. Ni ver, ni oír, ni hablar. Un trio en positivo nihilista para ser feliz.

No hay que fiarse nunca de las apariencias. Lo que parece no es. Fíjense que hasta Yulia Timoshenko, la dama de la trenza rubia, es morena.

De la ex-presidenta de Ucrania no encontrará ninguna foto de su infancia. Los días de adolescencia los escondió la CIA en sus documentos secretos, porque pensaron que a nadie –quiero decir a sus futuros votantes- le interesaba saber que era morenita y  sobresalía poco del resto de compañeros de clase. Tenía, supongo, el pelo largo y unas facciones regulares, ni bonitas ni feas; estatura media, y un gesto duro que -posiblemente de tanto mirarse al espejo para recomponer su nueva imagen- se ha dulcificado como el de las actrices de cine. No es lo mismo hacer de Blancanieves que de madrastra. El gesto tiene que adaptarse al personaje. Y eso es lo que hizo la antigua presidenta de Ucrania. Seguir las directrices. Sin duda fue una experiencia enriquecedora y apasionante. Tenia que parecer una campesina ucraniana. Una campesina guapa; y el atrezo empezó a moverse en torno a su cabeza. Había que teñir el pelo, conseguir un tinte natural y a la vez espectacular. Una presidenta, aunque se asemeje a una campesina, ha de tener el pelo brillante y lustroso, como el de una modelo. Conseguir votos es más difícil que comprar entradas para ver una película. Me imagino que en el nuevo look participaron especialistas; en una peluquería de pueblo no se podía conseguir una transformación espectacular. No sé quién fue el autor de la decoloración. Pero el cambio se hizo, y el pelo moreno cambió a rubio. Un impresionante rubio que solo tenían de nacimiento las campesinas ucranianas. El tema de la trenza fue más fácil. Hay postizos que se confunden perfectamente con el pelo natural. Así creamos prototipos de lo que debe ser el personaje que leemos en una novela y de cómo son los habitantes de un rincón del mundo. Las personas se van adaptando a nuestra imaginación de tal forma que la realidad se instala en el sueño; vemos lo que queremos ver o lo que nos hacen ver. Con estos ingredientes, un día apareció en la escena política una dama rubia coronada con una trenza de reina. Estaba dispuesta a llevarse todos los votos de las urnas por obra y gracia de su aura dorada de mujer trabajadora nacida en una aldea de Crimea. No le faltó, en ocasiones especiales, para completar la apariencia, un corpiño de fieltro y una falda floreada con cintas de colores. La mujer sin gracia se había convertido en un icono, la dama de la trenza rubia. Esta sofisticada mujer tenía lo exigido para la perfección en wikiLeaks. Pero todo se complicó. Acusada de abuso de poder y corrupción  ha estado una temporada en la cárcel y, a su salida –hace sólo unos días-, ha amenazado a los ocho millones de rusos que viven en Ucrania con lanzarles bombas atómicas. Por supuesto, el dulce ángel pretende aumentar su popularidad entre el electorado oeste de Ucrania. Como siempre, nada es lo que parece y todos los secretos salen a relucir.

Hay un personaje en la escena que no acaba de encajar en  esquemas políticos ni religiosos. Monseñor Rouco Varela, más político que religioso. Creo que sí es lo que parece.  Ante la impasibilidad de las fuerzas vivas españolas  y mundiales en el funeral del Presidente Suarez -en una iglesia hay que guardar silencio-, el arzobispo de Madrid aseguró – entre otras lindezas-que “los hechos y actitudes que causaron la guerra civil la pueden volver a causar”.  Mantener la compostura en una ceremonia de Estado tuvo que ser tan difícil  como negar la evidencia de la trenza falsa de la dama de Ucrania o la inocencia del creador de wikiLeaks. Creo que hay temas que crecen según pasan los días (no sé cómo me contuve en el momento que ocurrió, me imagino que hubiera sido demasiado grosera) y aún me pregunto si este señor duerme en paz con los angelitos de la guarda y si es verdad que cree en un Dios que ama y perdona. Sin duda, para este señor es más fácil hablar que creer. Es más apasionante entrar en un templo abarrotado al son del himno nacional, flanqueados por SS.MM, que escuchar el cántico de los trapenses sin público. La erótica del poder temporal ha sobrepasado en Rouco Varela todos los proyectos de humildad pregonados por el Papa Francisco. Claro que a este señor le da lo mismo el Pontífice de Roma que el respeto a la memoria de un Presidente que pasará a la historia como artífice de la transición. WikiLeaks no ha necesitado que estas palabras –y tantas que pueden leerse en la hemerotecas- se hayan publicado como secreto o como documento confidencial. Este señor tuvo un público mundial – ¡y qué público!- y desde este púlpito dijo lo que le dio la gana en el silencio de una catedral. Quizás, dada su soberbia, no tema ni al juicio de Dios. Es claro que los hombres le dan exactamente igual. Además, ve, oye y habla.

Quizás este señor parece cardenal y no lo es. Quizás sus padres tenían un secreto. Quizás, como su identidad es secreta, no tenía nada que temer. Quizás ha aprendido que no se llega a nada confiando en los demás. Y, quizás lo que más le gusta en este momento es ser Dios omnipotente. Un dios con minúscula que no merece ni una línea de wiliLeaks. Pienso que, por muchas tiaras de oro que lleve, su religiosidad y buena voluntad –si las tiene- son más falsas que la trenza rubia de Yulia Timoshenko.