La música puede ser un buen ejemplo a la hora de explicar la situación política que vivimos. Los festivales de verano se alargan con los días del calendario. Septiembre, el mes del comienzo de curso, es tiempo de conciertos y representaciones teatrales. La música nos envuelve y, durante el tiempo que estamos escuchando, nuestra cabeza se olvida del continuo martilleo de slogans políticos y manifestaciones de poder que nos impiden el sosiego. Ver las mismas caras, con los mismos mensajes, nos abruma. Quizás por eso, sentir las notas de una sonata, la voz de un cantante o las palabras con perfecta dicción de un actor son el bálsamo que necesita nuestra alma para continuar después de vacaciones.
Estos meses hemos vivido un festival de verano fundamentalmente político. Lo más destacado del programa ha sido una opereta con un barítono segundón gallego que complicó la afinación del conjunto. Esa disonancia ha sido una desesperación. Típica del principio de un concierto, cuando los instrumentos parecen rascar rayados hasta que el director se pone en el atril y consigue unificar los sonidos a pesar de la complejidad. En una orquesta, con el director al frente, suenan bien los chelos, las violas, los violines, el piano, el arpa… Pero si la voz del cantante es mala, se hunde el espectáculo. Hace falta acompasar la diversidad para llegar al tono adecuado del momento.
Posiblemente por la falta de líderes carismáticos, en política ha sido muy difícil llegar a acuerdos. Cada partido se ha empeñado en tocar solo y resulta que una orquesta es un nosotros de instrumentos que buscan un perfecto sonido final aglutinando a todos. ¡Qué difícil! La falta de responsabilidad de algunos políticos y el inconformismo de los ciudadanos que así muestra su descontento, nos lleva a poner en el árbol de Navidad un voto, como quien pone una bola plateada o un ramillete de espumillón. Ni la cabeza mas desorganizada es capaz de preparar este desasosiego en el día más bonito del calendario. Olvide los invitados, las croquetas de última hora y las rabas. Deje a los comensales sentados en el salón y a cumplir con su deber ciudadano. Aunque, también puede madrugar y estar en primera fila –a poder ser antes de que abran el colegio electoral- así no le verán su aspecto poco digno porque, si usted ha trasnochado y ha bebido una copa de más, su cara no va a ser la mejor. Puede que le toque presidir una mesa y… Sencillamente borre de su calendario vacaciones, comidas de familia y todos sus planes para el 25 de diciembre. ¡Qué pena si planeó pasar unos días al sol! Quédese a la sombra y procure no poner una cara sombría aunque entiendo su mal humor. Se han trastocado los planes. Estamos paseando por las nubes y lo que necesitamos es pisar el suelo para conseguir un amplio acuerdo político que recoja las reivindicaciones y principales preocupaciones de la mayoría de los votantes.
Ya nos vamos haciendo a la idea de que estas fiestas navideñas van a tener un nuevo ingrediente en nuestro menú con un invitado inesperado que se ha colado furtivo en la mesa. Las elecciones nos han dejado sin apetito, sin aperitivo tradicional y, además, nos van a convertir en unos mal educados. ¿Dónde se ha visto abandonar a la familia que, igual, como el anuncio televisivo, “vuelve a casa en Navidad”? Olvídese de la emoción que siente al abrazar a los hijos o nietos que están haciendo un Erasmus en Dinamarca, Alemania o Gran Bretaña. Usted tiene que ir a votar.
Falta responsabilidad. ¿Y que es tener responsabilidad? Pues, según quién hable, la palabra cambia de ubicación. Los comentaristas políticos aseguran que Europa se hace cruces por el anuncio de terceras elecciones y que este país está loco. Mariano Rajoy, para no terminar en el manicomio, habla de cordura y pactos difíciles. Y ¿qué pasa en Euskadi después de oír al presidente en funciones que “vamos a esperar el resultado de las elecciones gallegas y vascas”?. ¡Esperar para qué! Iñigo Urkullu decía recientemente que el “PNV ya lo dijo antes de la primera votación de investidura y lo repitió en la segunda votación. No, no y no al PP y a Rajoy”. Alega el líder jeltzale que “no hay ninguna posibilidad de respaldo porque el PP, igual que el PSOE han fijado su prioridad uno en el PSOE y Ciudadanos y otro en Podemos y Ciudadanos”.
Por ahora, no se puede entablar una negociación. Como ha recordado el lendakari – también en funciones- Iñigo Urkullu, la formación liderada por Albert Rivera “veta, incluso el diálogo con los partidos nacionalistas, y por lo tanto, también con el PNV”. Agregó que le parecía que “es un ejercicio absolutamente absurdo, inútil el planteamiento de esperar al día después de las elecciones vascas en función de qué puede hacer el PNV si tenemos en consideración la relación del gobierno central y el vasco en la anterior legislatura”. Y después… Con una ironía muy vasca el líder nacionalista dijo que no ponía el carro antes de los bueyes porque primero hay que ver los resultados del 25 de septiembre.
El PNV esta acostumbrado a dialogar. “Nuestra cultura del diálogo –dijo Urkullu– es diversa y plural”. Esta manifestación me hace pensar que, además, tiene mano izquierda.
Hace unos días asistí a un gran concierto del pianista Joaquín Achúcarro. Con gran maestría tocó con la mano izquierda el nocturno de Scriabin. Sólo un artista de su categoría puede ejecutar con esa perfección esta pieza tan difícil. El piano puede prescindir hasta de la mano derecha para conseguir un sonido sublime. Mano izquierda. Creo que día a día estamos olvidando este principio inquietante. Dice el diccionario que actuar con mano izquierda “es la habilidad o astucia para manejarse o resolver situaciones difíciles”. En el mundo de los toros “saber torear al natural” es con la muleta en la izquierda. Pienso que por algo será que nuestro corazón está en el lado izquierdo del cuerpo. En una película inolvidable, “La mano izquierda de Dios”, Humphrey Bogart convierte a un ateo en crisis en un apóstol que no necesita ni una sola misa para evangelizar y revitalizar la fe. La acción ocurre en una pequeña misión perdida en China. El protagonista dice una frase que muchas veces me he repetido: “Es difícil ser siempre lo que se espera de nosotros”.
Creo que me estoy poniendo trascendente en un tema que empezó con conciertos de música y festivales veraniegos. Con orquestas, tenores, sopranos y barítonos –segundones o principales– que nos deleitaban antes de empezar el otoño. Pero es inútil, la política nos envuelve más que la música y la verdad es que dominar la mano izquierda como hace Achúcarro no parece que es una habilidad de los políticos que nos tocan en estos tiempos.