Me he despertado con un sudor frío alarmante. Los temas funerarios me asustan mucho. Instintivamente me he llevado la mano a la boca y, como en las películas -yo no iba a ser menos-, me he sentado en la cama y he buscado un kleenex para quitarme el sudor que perlaba mi frente. El sueño que me había despertado tan aturdida estaba protagonizado por el Generalísimo Franco. Tanto hablar de su exhumación, me ha descolocado la cabeza. En mi pesadilla, tres hombres -posibles ladrones o fetichistas- vestidos de negro y cubiertos con capuchas y guantes también negros, abrían el mausoleo del Caudillo, levantando los 1500 Kg. de la losa con una especie de palanca enorme. Como expertos ladrones movieron la lápida, rompieron la tapa que cubría el ataúd, pasaron por alto lo acartonado del cadáver, le abrieron la boca y, con un delicado alicate, le sacaron los dientes de oro ubicados al final de la dentadura. Cuatro piezas de oro purísimo. Una vez conseguido el botín, salieron rápidamente y, sin cerrar la losa, desaparecieron con el mismo silencio que habían entrado. ¡Era el oro el causante de tanto revuelo!
Contar los sueños, si te acuerdas, puede ser larguísimo. Evito las reliquias y demás historias macabras. Me levanto, pongo la cafetera y, mientras sale el café, enciendo la TV. En la primera imagen, Franco, en la capilla ardiente, recibiendo pleitesía de los españoles que aquel día de su muerte lloraban como Arias Navarro. Esto es totalmente real. Era un reportaje retrospectivo. He cerrado la TV y, ya con la taza en la mano, he encendido la radio. Manolo Escobar, cantaba “Qué Viva España” mientras el locutor halaba de la concentración multitudinaria de la derecha en Madrid.
Mi pesadilla tiene una explicación. Anoche me quedé, hasta que los ojos no aguantaban más abiertos, leyendo sobre el Valle del los Caídos, el prior, los benedictinos, la Santa Sede y hasta el Papa para escribir hoy este artículo que no pensaba que iba a tener un preámbulo tan desazonante.
Pues, verán, después de tanta lectura, he pensado que se lo voy a contar, porque parece una historia de Halloween en el mes de febrero.
El enfado de Franco
¿Quién decidió enterrar a Franco en el Valle de los Caídos? El Rey Juan Carlos directamente eligió el monumento como lugar de enterramiento. ¿Pidió el dictador ser sepultado allí? No. Quería que le enterraran en una capilla del cementerio de Mingorrubio, cerca del palacio del Pardo y donde actualmente reposa su esposa Carmen Polo. Según Gabino Abánades, director de los servicios funerarios de Madrid durante 18 años: “Fue un enterramiento político. Podían haberlo enterrado en El Pardo, donde aún está su tumba con su nombre”. Secretamente, hay otra versión. Las obras del Valle fueron seguidas directamente -como los faraones- por el dictador, que “humildemente” pidió que su mausoleo fuera detrás de José Antonio Primo de Rivera.
Se están barajando tan complicadas suposiciones que cabe hasta que el auténtico Franco no esté en su tumba. No quiere decir que su sepulcro vacío signifique que ha resucitado, simplemente cabe la posibilidad de que se enterrara en otra tumba de las numerosas que descansan -no se si para algunos es descanso estar allí-, en el recinto sagrado. Ciertamente sagrado porque, por si acaso, consagraron Cuelgamuros -el monasterio- a la Virgen esta semana.
Les recuerdo que los veinte monjes de Silos empezaron a vivir en comunidad en el Valle de los Caídos hace 60 años. Esta decisión, sin duda muy ladina, se suma al poderío -aprendido del dictador- del prior del Valle del Valle, Santiago Cantera. Este fraile, que carece de la humildad necesaria para ser religioso, no piensa permitir la exhumación de los restos de Franco. Ya negó la entrada del juez, plantó a la Comisión del Senado y, en este momento, no obedece ni a la Conferencia Episcopal porque, como congregación religiosa, el prior no está bajo la obediencia de la diócesis de Madrid.
Este cruzado que, según cuentan, había estado enamorado y dejó a su novia para entrar en la orden de San Benito, ha sido siempre un falangista confeso. Pero no todos los componentes de la comunidad están de acuerdo con él. En las últimas votaciones para sustituir al abad Anselmo Álvarez, no tuvo los votos necesarios para ser abad y se tuvo que conformar con ser prior. ¡Y qué prior, Señor!
El cadáver insumiso
Franco ha decidido – nos guste o no- permanecer en la tierra. Él era un hombre bueno y bondadoso, amante de su familia y que murió, después de recibir los santos sacramentos en su cama. Antes había dejado a sus hijos y nietos con títulos nobiliarios. Pero el dictador se mueve molesto porque le gustaba que sus fieles le adoraran como a un santo, que le sigan poniendo flores frescas y le cantaran música gregoriana. Me temo que se va a levantar y, convertido en fantasma, se va a aparecer por los rincones de la inestable casa de la Moncloa y el palacio Real. Tiene que pedir cuentas al rey actual por el desacato a su padre y exigirle que la guardia real cuide de su seguridad en el mausoleo.
El problema es preocupante, porque a todos nos va a alcanzar el humo de Lucifer. Según profetiza el prior: “El demonio, Satanás, se valió del árbol para sembrar en el mundo de nuestros primeros padres el pecado, la discordia, la desunión y el poder del odio que estamos viviendo ahora (…) cuando una sociedad se aparta de la cruz de Cristo, solo puede caer el odio, la ambición, la mentira, la falsedad, la revancha, la venganza. El odio es un gusano que corroe”.
Ay, Señor, ¡paz! Nosotros -quiero decir una mayoría, los que no fuimos con banderas a Madrid- pertenecemos a ese grupo amenazado por este prior iluminado que se cree, no solo portador de valores eternos (no olvidar que es falangista), sino que, el mismo San Jorge subido en su caballo y con su espada le ayuda con todos los santos del cielo. Por favor, que no se enteren los catalanes que hasta San Jordi dice que está de su lado.
Dicen que los 35.000 enterrados con él empiezan a romper su descanso -su descanso intranquilo- y por la noche vagan por el monasterio buscando la formula de sacar a semejante fascista que les asesino a todos de un lado y de otro.
Según la ministra Carmen Calvo: “un dictador no puede tener una tumba de Estado en una democracia consolidada como la española es impensable”
Impensable o no, el prior es una muralla inexpugnable. El único capaz de obligarle a dejar paso a la autoridad laica es el abad francés de la Congregación de Solesmes, monasterio benedictino cercano a París. El actual abad es Philippe Dupont. Si Santiago Cantera sigue aferrado a su negación, será el cardenal Osoro quién intente una salida negociada del prior de los Caídos. Parece que el abad francés no tiene muchas ganas de intervenir. El siguiente sería el Papa, pero como tampoco quiere intervenir…
En fin, la Santa Campaña vaga por el valle murmurando imprecaciones, no rezos por las almas desperdigadas.
Dicen que la última portada de las revistas del corazón no será la nietisima con su último amor, sino su abuelo al que, por supuesto, habrá que rehacer de arriba abajo. Volver a maquillar, rellenar y, si mi sueño es premonitorio, ponerle una dentadura.
Los cuatro evangelistas de Juan de Avalos, que son francamente magníficos, ven desde la altura la situación, y ellos, sí quieren emigrar.