Tengo un síndrome de paz sin verificar

Me muero por la paz y no entiendo que  tienen en la cabeza esta gente. Me mata el victimismo.

Dios me entenderá y Dios me perdonará si digo o escribo algo mal, pero ya no puedo seguir así. Quiero pasar página y no me dejan las propias víctimas del terrorismo. Unas víctimas que han dejado de ser víctimas para convertirse en asociación política. Usted que me lee quizás piense que esos miembros de Covite (Colectivo de Victimas del Terrorismo del País Vasco) que han pedido a los verificadores que declaren en la Audiencia Nacional, buscan la paz. No, amigo lector, creo que no buscan la paz, buscan la guerra, y buscarse la vida a cuenta de la muerte de sus seres queridos ya  no es odio, es egoísmo, puro egoísmo. Su lema es ojo por ojo y todos ciegos. Las víctimas por ser víctimas no tienen razón en todo  lo que pase por su imaginación. Para algunas –digo algunas y recalco lo de algunas- víctimas del terrorismo y algunas asociaciones de víctimas –asociaciones que actualmente siguen pidiendo subvenciones económicas- el terrorismo es su rampa de lanzamiento político. Hasta pueden presentarse al Parlamento Europeo, con el único aval de ser víctimas. Estoy moralmente legitimada para pensar así porque una de las primeras víctimas de ETA fue mi marido, José María Portell, padre de cinco hijos.

Este tema es muy escabroso y nadie se atreve a decir lo que piensa. Con odio no se soluciona nada. ¡Cómo es posible que unos señores y señoras, por pertenecer a Covite, echén un pulso al Gobierno –aunque se haya equivocado- y pidan que declaren, como delincuentes, ante la Audiencia Nacional, unas personalidades con categoría humana, política y profesional a nivel mundial! ¿Cuántos mediadores de otros gobiernos tendrían que declarar entonces? Personas que, con toda la voluntad del mundo, intentaron “negociar” para poner fin a esta situación?  Personas como Jesús Eguiguren, Pedro Arriola, Javier Zarzalejos, Martín Fluxa, el obispo Juan Mari Uriarte … Nombres que se han sumado a una lista de “pacificadores” que entonces no tuvieron “verificadores” que confirmara aquellos diálogos. ¿Cómo no les ha llamado el fiscal de la Audiencia Nacional? Además, aquellos mediadores hablaron con los etarras a cara descubierta. ¿Qué más da ahora que vayan encapuchados? ¿Usted cree que antes de la grabación no les vieron la cara? Son simplezas. Entrar en detalles insignificantes en un acto tan importante.

Entérense todos, hay gente que puede que no quiera la reconciliación, porque su modus vivendi se va a un sitio que tiene un nombre muy feo, y esa gente, en olor de multitudes, hace declaraciones políticas sin ser políticos y ni haber sido votados por nadie. Nadie les ha elegido y, sin embargo, han soliviantado al país entero.

Mire, yo digo lo que digo porque puedo hacerlo, tengo autoridad  moral. Esa autenticidad moral  que parecen enarbolar algunas víctimas, pero ni yo ni ellas tienen poder político. La responsabilidad política está por encima y esa responsabilidad solo la dan los electores.

Hace dos años yo brindé con champán por el cese de la violencia. Ahora me estoy tomando una tónica para poder decir que las acusaciones de Covite a los verificadores es una farsa orquestada por ellos mismos. Newton decía que los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puertas.

Pienso que los “verificadores” –verifican la verdad de una actuación- han asistido, lo hemos podido ver en un video, a un primer paso de buena voluntad. Una entrega “testimonial” de las armas. ¿Qué querían los miembros de Covite?¿que los verificadores pasaran las armas y los explosivos por un control de equipaje o un detector de metales al coger el avión de regreso a sus respectivos países? ¿Qué querían, convertir una reunión política –sin duda política- en una cacharrería de ruidos y pitidos?

Lo importante de esta puesta en escena, orquestada negativamente por mentes retorcidas, es que haya paz y ningún muerto más. La paz tiene un precio,  no es gratis.  Adolfo Nicolás, Papa Negro actual –se llama así al padre general de la Compañía de Jesús- exhortaba recientemente a los colombianos ante su proceso de paz con las Farc: “Hay que pagar un precio que no se puede comparar con el gran beneficio de vivir en paz”.

ETA ha cumplido lo que prometió y su palabra tiene toda la credibilidad. ¡Qué paradoja! ¿Verdad? Yo, victima del terrorismo “defendiendo” a una banda terrorista como ETA! “Tiene Síndrome de Estocolmo”, dirá mas de uno. Pues no señores, no tengo Síndrome de Estocolmo, tengo síndrome de paz. Me muero por la paz y no entiendo que  tienen en la cabeza esta gente. Me mata el victimismo.

¿Cómo puede decir Esteban González Pons que los “verificadores trabajan para ETA y no para España”? ¿Quién se cree este señor que son los miembros de la Comisión Internacional de Verificación (CIV)? ¿Quién se cree que son Ran Manikkalingan, Ronni Kasrils, Chis Maccabe? ¿Cómo se puede caer tan bajo de decir quién paga sus viajes y sus sueldos y dónde han guardado las pistolas los etarras del video? Por favor, Sr, Pons, las han guardado en una caja de cartón y no para utilizarlas. Se ve que usted no sabía –o no quería saber o no se enteró- que un equipo de siete agentes del CNI (Centro Nacional de Inteligencia) controló minuto a minuto la reunión de verificadores con ETA en Toulouse. La entrega de las armas es una simbólica escenificación. Interior conocía de antemano el contenido del video revelado el pasado viernes. Las armas fueron sacadas de un zulo que la organización tenía en el sur de Francia y se han devuelto al mismo zulo. Estos detalles parece que los desconocía el caballero Pons. Mire, cuando a un señor respetable -por su prestigio, arte o actuaciones políticas- le conceden, en una acto simbólico, la llave de la ciudad ¿usted cree que esa llave sirve para entrar y abrir las puertas de esa ciudad? No, señor, es un acto simbólico.

Mi marido, Dani Arranz, me decía ayer que mirara el cuadro de la Rendición de Breda de Velázquez. Le propongo Sr. Pons, y le propongo a usted que está leyendo este articulo, que lo haga. En el cuadro, también llamado “Las lanzas”, se cuenta en colores una capitulación hermosa.

Es un cuadro de género histórico sobre la lucha del ejército español contra los rebeldes holandeses, en tiempos del reinado de Felipe IV. En esta guerra, la ciudad de Breda, cuna de los Orange, se rendía el día 2 de junio de 1625. Días después de la rendición, tenía lugar la entrega simbólica de las llaves de la ciudad: el vencedor, Ambrosio de Spínola, comandante de los tercios de la Monarquía Española; el vencido, Justino de Nassau, comandante del ejército holandés. A continuación narro el suceso:

“Justino se inclina ante Spinola  que apoya una mano en el hombro del general vencido y que le impide que llegue al extremo de arrodillarse como impidiéndole que se humille. Velázquez quería representar un tema sin vanagloria ni sangre. Por eso en este cuadro no vemos al orgulloso héroe militar erguido que humilla a su enemigo.

Calderón de la Barca lo hizo verso:

 «Estas las llaves son de la fuerza,

 y libremente os las entrego en vuestras manos

que no hay temor que me fuerce a entregarlas

 pues tuviera por menos dolor la muerte…» 

 

Y Spínola contesta a Nassau:

 

 «Justino, yo las recibo, y conozco que valientesois

que el valor del vencido hace famoso al que vence.

 Y en el nombre de FilipoCuarto, que por siglos reine,

con más victorias que nunca

 tomo esta posesión.

 

Así es la crónica de los personajes nobles de la historia tal como se trascribe en internet.

Si Diego de Velázquez hubiera estado entre nosotros nunca hubiera podido pintar algo semejante a “La rendición de Breda”-