Los cuadernos me obsesionan. Cuando viajo busco papelerías con cuadernos originales y fáciles. No me gusta que tengan gomas y cierres complicados, porque me da sensación de que aprisionan las palabras y les hacen daño. Es apasionante abrir un cuaderno y empezar a escribir. La primera página es especial, y siempre pienso que terminaré todas las hojas limpias de letras. Gran equivocación. Disfruto estrenando cuadernos y disfruto –no soy consciente de ello- dejándolos sin terminar. Escribo principios de artículos, principios de capítulos, apunto frases que se me ocurren y luego se me olvidan. Y compro otro cuaderno para volver a sentir la sensación de comienzo. Al fin he descubierto que tengo que adquirir cuadernos con pocas hojas. Lo descubro después de haber sido atrapada por libretas como códices antiguos, cuadernos con páginas de colores chillones o muy finas y transparentes –casi de papel biblia- y que parecen borrar la tinta, porque escribo siempre con pluma estilográfica. Tengo dos plumas, una con tinta roja y otra con tinta negra. Como soy despistada, a veces me encuentro con manchas rojas en los dedos y creo que me he hecho una herida, hasta que descubro que no es sangre lo que tengo en las manos sino tinta. Quiero tener muchas plumas con punto gordo, una con tinta verde, otra con tinta azul, otra con tinta violeta… Son manías. En los bolsillos y la maleta tengo bolígrafos porque no voy a llevar conmigo tinteros y encontrarme por mi despiste toda la ropa hecha un borrón. Pienso que a usted que me lee le dará igual mis historias a la hora de ponerme a escribir, pero hay veces que hace falta un poco de frivolidad literaria para cumplir mi frase de cabecera. Las palabras que tengo cerca de mi ordenador. Son de Juan José Millás y dicen: “Mi deseo para las mujeres que escriben es que tengan animo para ponerse cada día frente al ordenador, que la distancia entre lo que imaginan que quieren hacer y lo que finalmente hacen no sea excesiva”. Sigue siendo una aventura escribir porque nunca sabes la reacción que van a tener los lectores.
A usted esta historia no le interesa, porque no tengo secretos dentro de las páginas. El caso es que en mis libretas nunca pongo “especialmente relevante” y, sin embargo, veo que hay un señor que usa como yo un cuaderno –el suyo tiene tapas marrones, las que menos me gustan- y con una línea para evitar renglones torcidos. ¡Eso es orden!. Lo curioso y vergonzoso para mí es que las cien hojas de esa determinada persona estaban perfectamente escritas y sin saltos de página en blanco como las mías. Además, hay advertencias y economía domestica. Se apuntan hasta los gastos de yates y coches. En fin, organización.
El dueño de la libretita, descubierta por la policía, es Pablo Crespo, el numero dos de la trama Gürtel. ¡Qué susto tuvo que llevarse cuando se dio cuenta de que habían descubierto su cuaderno secreto! Aunque quien escribe, escribe porque sabe que alguien le puede leer. En fin, comentarios míos… En el cuaderno explica con todo detalle el manual de corrupción que había seguido y las sofisticadas fórmulas empleadas para eludir el control fiscal. Se enumeran repartos de dinero, inversiones inmobiliarias dudosas, contrataciones extras y anotaciones al margen. También se hacen comentarios como “inventar concepto”; “madre del alcalde, tratamiento especial”; “Isabel Jordán es una mal educada”…
Ni el Papa se libra de la contabilidad de este cuaderno milagroso. Quiero decir milagroso haberlo encontrado. El concepto, por la venida del Papa a Valencia, supuso unos contratos beneficiosos para Teconsa (tapadera de Gürtel ) de 10 a 11 millones de euros. El coste real de los servicios apenas alcanzó los 3,2 millones, ¡qué ya está bien!. En el cuaderno hay algunas palabras clave que aún están por descifrar como Donuts y prismáticos.
Si abren mis cuadernos sufrirían una decepción, no hay misterios dentro de las hojas. Usted puede encontrar ideas sueltas para artículos como: la sonrisa de Aznar me produce sarpullido y la de Rajoy indiferencia. Si hubiera sido la estilista de Zapatero le hubiese depilado las cejas y a Felipe Gonzalez le pondría un profesor de Pilates para que vaya más derecho. Estoy harta del deseo de poder de Arantxa Quiroga -¡qué guapa es!-. A la Infanta, en una lista del amor, le van a nombrar la enamorada del año 2013; y a Yolanda Barcina, sorgiñe del gobierno de Navarra. María Dolores de Cospedal, profesora de moralidad del púlpito de Genova; y Soraya Saiz de Santa María… No suelo escribir de ella porque, con cara de no haber roto un plato, destroza la vajilla entera cada día. Puede hacerlo. Pienso, aunque no lo he anotado, que es la más lista de todos los que nos gobiernan por la gracia de los votos. No se olvide, tenemos el gobierno que nos merecemos, lo hemos votado. Así es la política, y así somos los ciudadanos de a pie. Unos simples votantes que al sumar unos con otros hacemos cambios inesperados o meditados ¡vaya usted a saber!. No le gusta la ley del aborto; pues haberlo pensado antes.
Me pierdo. Estaba hablando de cuadernos. Al fin las ideas se pasean por la cabeza y para sacarlas hace falta un simple sacacorchos. El sofisticado cuando vamos a abrir una botella de vino, no lo encontramos por ningún cajón y terminamos utilizando el de toda la vida. Quizás por eso me gusta el champán. Hay que girar el corcho, dar unas vueltas y plaz, sale el liquido espumoso y, además, hay un delicioso estampido que te dice: la fiesta ha empezado. No hay sensación más hermosa que abrir una botella de champán con caras sonrientes alrededor o en la soledad feliz de sentirse a gusto. Tomaría champán a cualquier hora del día, menos en el desayuno. Sigue sorprendiéndome, cuando estoy en un hotel, que al lado de los cruasanes calientes, haya un cubo de hielo con una botella de cava. He de decir que la botella suele estar cerrada. Creo que al despertar es mejor un café y otro, yogures, tostadas, bollos, donuts… aunque los donuts deben de tener algún ingrediente que desconozco. ¡Qué placer un desayuno rico! Por supuesto lejos, muy lejos de los periódicos de la mañana y sin cuadernos para escribir lo que oigo por la radio mientras echo el azúcar.