Una sorpresa real al día

Los acontecimientos se comen unos a otros y así crecen. Parece imposible que puedan pasar más cosas, pero siguen pasando, como la lava del volcán de la Palma que vimos impotentes crecer sin poder pararla. La visita del rey emérito nos ha dejado una estela dudosa. Desde el coche miraba a todos con ojos acuosos y le mirábamos con pena. Realmente era un abuelo, disminuido, torpe que, aparentemente, pedía un poco de cariño y volver a ver su tierra. Pero en el fondo de los corazones -biempensantes y mal pensantes- se albergaban las dudas. Siendo tan majo, por qué no agachaba la cabeza en un acto de humildad y nos pedía perdón a todos por sus continuos errores. Los últimos años de su reinado fueron una pesadilla. Mal que bien se nos habían olvidado, pero las efusiones de amor patrio de los gallegos, nos han dejado un poco fuera de lugar. Nuestros interrogantes han quedado en el aire sin cerrar y, quizás, lo único destacable, fue la ternura de ir a ver a su nieto jugar un partido. Él solo en las gradas parecía la oveja perdida del rebaño.

Lentamente la normalidad vuelve. Los habituales insultos de los políticos son el murmullo cotidiano. Regresamos, con naturalidad inconsciente, a bordear el abismo. Se han escrito criticas, se han quejado algunos políticos, pero con voz baja, sin destacar alto su desacuerdo con el viaje real.

Un escritor con el que disfruté mucho siendo joven, Armando Palacio Valdés, dijo en uno de sus libros: “cuando la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo”. Rezo a todos los santos del cielo porque este noble animal nos lleve al destino feliz, porque vivimos de noche, sin riendas y sin jinete sabio.

Envuelta en la oscuridad del palacio de Euskalduna, sintiendo que Madame Butterfly me cantaba al oído sus penas de amor, en ese momento sublime que olvidas que estás en el mundo, pensé -un sentimiento continúo de mi vida- que la música nos salva. La nostalgia es la verdad de la realidad. Puccini decía que sus mujeres no eran heroicas. “Me gustan los seres que poseen el corazón como el nuestro, que están hechos de melancolía, que lloran sin sollozar y que sufren con el amargor interior”.

Es muy difícil ver con indiferencia Butterfly. Notas que te revuelves en la butaca ante la crueldad de Pikerton, imagen perfecta del machísimo, del colonialismo, de la falta de sensibilidad. Y al fondo, esa moralina interior, de los viejos ancestros, el pasado, la educación reprimida donde la mujer no es libre. “Todo es pecado” para la frágil mariposa. Se ha educado por amor en la oscura irrealidad del mensaje cristiano. Por eso, antes de suicidarse dice: “con honor muere quien no puede vivir de manera honorable”.

¡Cuántos suicidios tendríamos que tener a diario para esta paz en el cuerpo y el alma! Viviremos la soledad total dentro de los senados y parlamentos del mundo. Se tambalearían los negocios y hasta los raterillos sufrirían su crisis particular y siempre temporal. ¡Ay, Señor! ¡Qué difícil es ser honrado! Y, aun más, mantener esa virtud en secreto.

Dicen que Santa Catalina de Siena era una mujer muy inteligente. Sabia y con dotes proféticos. Pues verán, creo que esta dama que no conocimos, escribió nuestra historia, adelantándose siglos, aunque el tiempo -dicen-es el mismo. En la historia se cambian las ropas, los edificios, pero el corazón -puro o degenerado- sigue en el mismo sitio dentro del cuerpo de los hombres.

La santa -que había visto más de lo que quiso- decía que: “nada de silencios, gritar con mil lenguas porque por haberse callado el mundo está podrido”. Nos sirven las mismas palabras, pero tenemos la boca y los ojos tapados con cinta aislante y miramos cómo se suceden los años tranquilos e indiferentes a lo que vean. El tiempo no piensa, acumula silencios y el silencio es nuestra lengua cotidiana. Vemos pasar, dejamos pasar con indiferencia los días. A veces, ingenuos, aplaudimos -somos humanos- o nos quejamos, sin sonido de palabras ni letras escritas. Aceptamos, con la indiferencia que da la impotencia. El rey -felizmente emérito- ha vuelto a Abu Dabi con inmensos globos llenos de vivas al rey, saludos y banderines, como un San Pancracio. El emérito, heredó poco de su padre Don Juan de Borbón, conde de Barcelona.

Vuelvo a los pasos armoniosos y lentos de la dulce Butterflay. La gallardía real ha pasado a la historia. Con tembloroso paso y sonrisa bobalicona el viejo rey acerca su mano al corazón para agradecer los vivas… no para suicidarse como la mariposa.

Ahora -en su ausencia temporal, porque volverá- los tertulianos políticos se regodean de su estancia minutada. Y la gran omisión. ¡El rey no ha pedido perdón!. Serenamente, alguien pensó que Don Juan Carlos, ¿iba a pedir perdón? Hubiese sido una falta de educación que, entre tantas banderas, aplausos y vivas, el augusto ex monarca hubiera mandado silenciar a la turba de los aduladores para decir: “Pues, yo quería pedir perdón…-antes de empezar la frase imaginaria-, contesto su realidad ¿De qué’?” Efectivamente, usted está sobre el bien y el mal. Aunque soy antimonárquica la escena volverá a repetirse.

Este señor no va a la ópera, no escucha los sencillos mensajes de la gente que no estaba en Sanjenjo con banderitas y lazos rojos y amarillos. Los sapos y culebras se escondieron dignamente detrás de un abanico grande, donde nunca podrían encontrar a la valiente Madame Batterfflay.