Desde niña creí las palabras del principito de Saint Exupèri: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible para el alma”. Muy romántico pero equivocado. Estos días, he sufrido una de las decepciones mas grandes, fruto de mi ignorancia. El corazón no es rojo sino blanco. He visto, con muy poca devoción y gran minuciosidad, el corazón del emperador de Brasil Pedro I metido en un gran tarro de formol desde hace 200 años. Como no es un corazón vulgar, está resguardado dentro de una urna de oro. Estos pormenores los he seguido por TV, con numerosos comentarios peregrinos. Un equipo de Médicos estudió el órgano para saber si estaba en condiciones de efectuar largo viaje de Portugal a Brasil, para asistir a los actos conmemorativos de la independencia de Brasil. El imperial corazón hizo el trayecto en un avión de las Fuerzas Armadas brasileñas, acompañado de tres autoridades y el alcalde de Oporto
El corazón no sufrió ningún infarto y llego a la base aérea de Brasileia donde fue recibido, con honores de jefe de estado, por el presidente Bolsonaro y su esposa. Con cara seria, como requería el acto, fue conducido, bajo una fuerte seguridad, hasta el palacio de Itemari. Por el camino, como en nuestro país en tiempos de Franco, muchos niños agitaban banderitas de papel y hasta vi auna mujer brasileña con lágrimas en los ojos, recordando el cariño de un emperador que nunca conoció. Secretamente -más bien lo sabe todo el país- con este acto Bolsonaro quería ganar votos para las próximas elecciones. Lulla da Silva le supera en miles de seguidores..
Don Pedro, a quien la historia la retrato como un hombre con corazón partido sufría saudade, pena de la ausencia, si se separaba de los dos países que amaba: Brasil y Portugal. De niño abandono la tierra luxa al ser invadida por Napoleón. Los milagros existen en la imaginación colectiva porque, según dijo un consejero de su padre: “Don Pedro no murió. Solo los hombres normales mueren”. A pesar de esta bonita sentencia, el emperador de Brasil y rey de Portugal, se fue de este mundo a los 32 años de tuberculosis y quiso estar en los dos países. La historia es muy complicada para contar la vida de este hombre que no tiene tanto romanticismo como su antecesor medieval, otro rey Pedro, enamorado de Inés de Castro. Como su amante no fue reconocida en vida, el monarca portugués sacó a su esposa del ataúd para convertirla en reina después de muerta. Pienso que alguna similitud tuvieron los dos Pedros, una especie de amor por lo necrófilo.
El corazón imperial dejaba por primera vez Oporto para celebrar la independencia que él mismo, el emperador primero de Brasil, concedió a los brasileños. Al margen de los líos políticos del país, impensables hace más de dos siglos, el corazón no sufrió ningún infarto, pero hay que tener cuidado con las últimas voluntades. Pedro I, en su lecho de muerte, pidió que le sacarán el corazón para poderse quedar siempre en Oporto, su ciudad. Sus deseos fueron ordenes y se actuó como él quiso. La pena es que, la reliquia, no parece hacer ningún milagro.
El tema de las reliquias pienso que es un despropósito. Trocear el cuerpo de un santo, para que en distintos países puedan venerarlo, parece una costumbre de la Iglesia bastante morbosa: el brazo de Santa Teresa, la mano derecha de San Esteban y distintos trofeos religiosos producen sarpullido. Además de hábitos y túnicas cortados, como piezas de puzle, para colocarlos dentro de un relicario. De la cruz de Jesús hay tantas astillas que se podría construir una flota de barcos de la Edad Media. Igual me equivoco, pero Dios me lo perdonará. Hay cosas más difíciles de creer, por ejemplo, dicen que una partera cogió el prepucio de Jesús cuando le hicieron la circuncisión. El santo prepucio se encontraba en la parroquia de Calcata, un pueblo de la provincia de Viterbo, en la región de Lazo. Desde el año 1983, la reliquia no pudo exponerse porque fue robada misteriosamente, algunos imaginativos aseguraron que fue la mafia, Hay interpretaciones más sofisticadas, según los evangelios apócrifos, se cree que cuando resucitó Jesús, el prepucio salió de la vasija donde lo guardaba María Magdalena para unirse al cuerpo.
De ahora en adelante las reliquias sufrirán un bajón considerable debido a las incineraciones. Actualmente, es conflictivo conseguir que las ceniza pueden reposar donde queramos. que se lo digan a los amigos de Blas, El mar se contamina y la tierra recibe un polvo que no hace germinar a las plantas.
La historia de Blas tiene un final precipitado. Muy macabro lo que voy a contar, pero, como me lo dijeron ayer, está tan reciente que se escapa al ordenador. Pues verán unos amigos querían cumplir los deseos de Blas que se había ido al más allá la semana pasada. Sus compañeros se quedaron en el más acá con una urna que les entregó la funeraria. Blas, quería que sus cenizas se esparcieran por la ría de Plencia. Para no llamar la atención, repartieron el contenido en dos bolsas de Eroski. En grupos de tres, iban sorteando a los que pasaban y los que venían con aperos de pesca, flotadores, cubos y palas. Era imposible la soledad y un poco de solemnidad para el acto. Blas les había pedido un acto prohibido y, tenían que cumplirlo sin que nadie los viese. Anduvieron y anduvieron, encontraron un recodo discreto. Imposible, pasó un chico con una bicicleta. Siguieron andando hasta que vieron otro recodo, con unas plantas altas a la orilla. Corriendo, como quien hace un pecado- en realidad lo estaban haciendo- echaron las cenizas al agua, en un lugar poco romántico. Suspiraron. “Adiós Blas“, mientras iniciaban un rápido salir corriendo, pero las cenizas empezaron a salir flotando, blanquecinas. Fue tal el susto que de verdad marcharon corriendo.
Qué sorpresivo, las cenizas blancas que no quería hundirse y el corazón del emperador, también blanco, que quiso estar en dos sitios a la vez.
Esta noche me he acordado de Einstein cuando decía “el problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón”. Tagore, más profundo, aseguraba :”cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón seguirá hablando”.
Señor, cómo nos complicamos los humanos.