Me invitaron a un concierto fascinante. Cristina López era una catalana que cantaba flamenco, como si las notas salieran de la garganta de un ruiseñor. Un ruiseñor que se ha perdido en una ciudad añorando el bosque. Ni en Triana o el Sacromonte había oído un quejido tan bello que llegaba del más allá. Alfonso Aroca le acompañaba al piano. No le acompañaba, se escapaba de la sala donde estábamos reunidos y convirtió el piano en una guitarra desgarrada. Sonaba a ratos a flamenco, no era flamenco; a jazz, no era jazz; a zortziko, no era zortziko; a… no sé calificarlo. El piano de Alfonso Aroca recorría los vestigios del andaluzí, se escondía en la Alhambra, cruzaba los fandangos de Huelva, las alegrías de Cádiz, la elegancia de los tangos de Sevilla hasta los tangos de Lérida, pasando por el País Vasco. La txalaparta convertida en teclas, la guitarra de Paco de Lucía y el sonido ronco de Camarón de la Isla junto a Enrique Morante y las bulerías de Rancapino. Un Lole y Manuel de color, un grove de marimba resucitado. Nunca había estado en un concierto semejante, en un Bilbao que anochecía sin disfrutar esos sonidos mágicos que subían y bajaban como un piano embrujado. Alguien dijo que Alfonso Aroca era famoso, con muchos premios internacionales, que había transformado el piano, la música clásica y el cante jondo. Me sentía sumergida en un vaivén de sensaciones, que iban de Nueva Orleans al aquelarre misterioso de guitarras de bailes gitanos alrededor de una fogata. Casi todo el tiempo tuve los ojos cerrados, intentando retener la belleza de aquel instante que no quería que terminara.
Cuando lentamente fui despertando del sueño, vi que estaba en un mundo que no conocía y me sonaba familiar, a amigos, a hogar. Así fui recorriendo las paredes con los cuadros de mi gran amigo Javier Urquijo.. Amarillos, rojos, azules, alargados, cuadrados. No quiero que suene cursi, se llenaron mis ojos de lágrimas y ternura. “Pero estos lienzos”- dije en alto. “Sí, son de Javier -me dijo Juan Feijóo. Y entonces supe que él, Juan, había hecho realidad aquel milagro fascinante cultural. Era un privilegio estar en aquel pequeño grupo de asistentes dónde todos se conocían. Añoré a Javier y a su esposa. Les hubiera gustado estar allí y creo que en espíritu estaban sentados en dos sillas al fondo de la sala.
Después de un larguísimo aplauso, las sillas empezaron a moverse. El concierto había terminado.
Besé a los dos artistas, en cuatro días habían conseguido concertar la voz y el piano. Hace poco no se conocían. Había sido un experimento de brujería. Los dos eran muy jóvenes y Juan, les había invitado a actuar en Konpartitu. Recordé vagamente que allí estuvo el bar Bilbos. Konpartitu no me sonaba de nada.
Le pregunté a la pianista María Isusi que me había llevado hasta allí, qué es Konpartitu.
- Es un juego de palabras del griego con partitura y compartir.
Y me contó que inició su camino el 2018 como un Titánico cultural ilusionado. Pero llegó la pandemia, casi antes de nacer, Konpartitu, como una orquesta que entra en el agua tocando una sinfonía, tuvo que sufrir el desgarro de aquel infinito dolor, donde la vida se estaba perdiendo por el covid. Aguantaron en el silencio de las calles, con los comercios cerrados y la soledad más profunda de Bilbao. Las actividades programadas sufrieron la enfermedad. Las clases de piano y armonía musical, los conciertos -Rock de cámara- las conferencias y tertulias culturales. María fue la única que dio clases en los últimos días del 2020 y el 2021. Daban clases de piano, de composición…
-Te invito a una clase de Konpartitu.
Y ayer, después de la anterior fascinación del concierto, con María Isusi estuve en Konpartitu. En la misma sala del concierto, decorada con exquisito gusto, un grupo de alumnos con pentagramas y lápices en la mano atendía con profundo interés. Hablaban del sonido del clarinete, del bajo del oboe, de teclas que bailaban sueltas, escribían corcheas y semicorcheas y leían partituras, como yo puedo leer “El infinito en un junco”. No eran profesionales de la música. Conocí a un psiquiatra, una ginecóloga, una investigadora de laboratorio, dos abogados… Buscaban una hora, en su semana llena de ocupaciones, para asistir a las clases que se impartían en Konpartitu.
Pensé que Bilbao es un cofre de joyas escondidas. En Konpartitu aprenden música y armonía jóvenes y mayores sin necesidad de tener conocimientos previos musicales. Samuel dará su primer concierto de piano el 4 de marzo. En esta ocasión, asistirán al concierto singular y llenarán el aforo, su familia, amigos y amigos de amigos, de Samuel.
Kompartitu está muy cerca de la Plaza Elíptica. Es fácil pasar sin verlo, aunque en los días claros se pueden ver los estores levantados y un alumno tocando el piano. En la entrada sólo hay una placa dorada que pone Konpartitu. María Isusi enseñanza musical. Un insólito local que me ha recordado el Bilbao de otro tiempo, pero con la cara del Guggenheim que se ve al fondo como un símbolo de un Bilbao que se prepara para comerse el mundo.
Me ha parecido un lugar desconocido. Como un verso suelto en la vieja villa de Don Diego. Octavio Paz decía que cada poema es único. “En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en un poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo lleva dentro”.
Siempre se ha dicho que Bilbao es una ciudad dónde se aprecia la música, se vive y se siente. Es normal que exista un lugar exótico donde se mimen los sonidos.