Pablo, Pablo González

Querido compañero, Pablo: Tu nombre y tu recuerdo ha estado -y está- en el pensamiento de los periodistas vascos. Nos hubiera gustado verte recogiendo el Premio Libertad de Expresión José María Portell. La Asociación y el Colegio de Periodistas Vascos, decidimos que tú eras, si duda el premiado en esta edición 2022. Algunos no sabrán que estás injustamente encarcelado en Polonia. Te arrestaron cuando ibas a escribir tu crónica sobre lo que pasaba en Ucrania. Llevas ocho meses incomunicado y sufriendo continuas humillaciones. Es vergonzoso. Tu mujer, Oihana, fue un soplo de tu presencia y sentimos en sus palabras un rumor de sufrimiento. Fue tu voz en Bilbao el martes, 8 de noviembre. Pablo, lo sabes, elegiste la profesión más bonita del mundo, pero también la más difícil y arriesgada. Oihana me decía que tu hijo pequeño de 7 años, te pregunta: ¿Dónde está papá, en el sitio que está no hay teléfonos? Tú mujer ya no sabe qué inventar para tranquilizar al niño. Los otros dos -mal que bien- con 10 y 15 años pueden entender, sin comprender, algo. Me da miedo -me confesaba- que lleguen estas Navidades y él no esté. Crearé otra historia para que imagine que su padre es un guerrero, el más valiente de “El señor de los anillos”. Los periodistas, como sabes, nos hemos hecho periodistas para contar lo que vemos, el sufrimiento o la alegría de los demás. Difícilmente pensamos que nuestro nombre sea una de las más importantes noticias de los medios de comunicación. Tú, por querer informar, te encontraste en una rocambolesca situación. Oihana me contó que, cuando un periodista...

La Reina

La monarquía puede ser una opción caduca para usted, querido lector, pero tiene que reconocer que los ingleses nos han dejado a todos apabullados con su perfección protocolaria en el funeral de su reina. Cada invitado estaba en el lugar que le correspondía por realeza y allí vimos al  rey emérito Don Juan Carlos con  su esposa la reina Doña Sofía y al rey Felipe V Doña Letizia. Su majestad, la española, no pudo concluir las honras fúnebres de Isabel II, sin darse cuenta (quizás también necesite lecciones de protocolo) por motivos de agenda, ignorando que una reina casi eterna solo se muere en un siglo. Sin dirigirse la palabra en toda la ceremonia, ocupando la segunda fila en la catedral. Al Sr. Biden, como el invitado a las bodas del evangelio, le pidieron amablemente que se retirase de los primeros puestos porque allí solo estaban los de sangre azul. La política es la política pero el protocolo inglés otra. Aunque el presidente de Estados Unidos, no subió al autobús con el restos de mandatarios mundiales. Él fue en su coche y con su propia escolta. Los americanos no saben mucho de dinastías reinantes y categoría de títulos. A estas alturas no están preparados para una lección de urgencia. Quiero imaginar que se murieron de envidia ante la gran clase inglesa. Ni un paso de manos ni un paso de menos en el cortejo fúnebre. Se despidieron de su reina, todo el servicio, sus caballos y sus perros y su pueblo con rostros profundamente tristes y lagrimas en viejillas y no viejillas que lo más cerca que estuvieron de...

¡Goool!

Mi tío Adrián era pausado, sereno, hablaba lo justo, con una voz elegante a medio tono. Creo que fue el más sensato de mis tíos. Pero el fútbol le volvía loco. Cambiaba su mesura en locura. Gritaba, chillaba, se mareaba de excitación…Otro hombre. Reñía al arbitro y trataba de inútil a quien fallara un penalti. Un día le dio un amago de infarto en Lasesarre, cuando perdió el Baracaldo. Desde entonces, el médico le prohibió ir al campo y ver los partidos importantes de la liga por televisión. El fútbol cambia el temperamento mas templado de los hombres, también hay muchas mujeres hinchas, pero no tan excitadas. Quizás dominen mejor sus instintos primarios que se desatan en un campo de fútbol. En nuestra tierra, el Athletic es de la familia. La pasión puede ser tan profunda que entra a formar parte de la vida en el embarazo. A mi nieto José Mari, antes de haber nacido, su abuelo le había hecho el carnet de socio del club. En Uruguay, cuando una madre siente que su hijo sale al mundo, grita gol en la sala de partos. Ha conseguido el gol de la vida. Ser de un equipo y sentir con el equipo es la más profunda religión que puede sentir de verdad el corazón humano. Mario Benedetti, cuando estuvo en el exilio en España, confesaba que encontró en el balón el fino hilo al que agarrarse para mantener latiendo su arraigo uruguayo. Ganar o perder puede ocasionar una batalla campal. Un partido de fútbol tiene muchos momentos emocionantes que nos hacen olvidar el cotidiano dolor que nos rodea. Decía...

Konpartitu

Me invitaron a un concierto fascinante. Cristina López era una catalana que cantaba flamenco, como si las notas salieran de la garganta de un ruiseñor. Un ruiseñor que se ha perdido en una ciudad añorando el bosque. Ni en Triana o el Sacromonte había oído un quejido tan bello que llegaba del más allá. Alfonso Aroca le acompañaba al piano. No le acompañaba, se escapaba de la sala donde estábamos reunidos y convirtió el piano en una guitarra desgarrada. Sonaba a ratos a flamenco, no era flamenco; a jazz, no era jazz; a zortziko, no era zortziko; a… no sé calificarlo. El piano de Alfonso Aroca recorría los vestigios del andaluzí, se escondía en la Alhambra, cruzaba los fandangos de Huelva, las alegrías de Cádiz, la elegancia de los tangos de Sevilla hasta los tangos de Lérida, pasando por el País Vasco. La txalaparta convertida en teclas, la guitarra de Paco de Lucía y el sonido ronco de Camarón de la Isla junto a Enrique Morante y las bulerías de Rancapino. Un Lole y Manuel de color, un grove de marimba resucitado. Nunca había estado en un concierto semejante, en un Bilbao que anochecía sin disfrutar esos sonidos mágicos que subían y bajaban como un piano embrujado. Alguien dijo que Alfonso Aroca era famoso, con muchos premios internacionales, que había transformado el piano, la música clásica y el cante jondo. Me sentía sumergida en un vaivén de sensaciones, que iban de Nueva Orleans al aquelarre misterioso de guitarras de bailes gitanos alrededor de una fogata. Casi todo el tiempo tuve los ojos cerrados, intentando retener la belleza de aquel...

Ser periodista

Cuando escribo este artículo es 24 de enero, festividad de nosotros, los periodistas. Anoche, viendo en TV una entrevista a Iñaki Gabilondo, se me humedecieron los ojos. Éramos dos niños, cuando estudiábamos en la Universidad de Navarra. Iñaki estaba en tercer curso y yo, en primero. Cada uno siguió su camino. Iñaki empezó en la radio en Pamplona mientras hacíamos la carrera, y luego seguimos sendas distintas, creo que queriéndonos y respetándonos. Estábamos llenos de ilusión, empeñándonos en ser los mejores periodistas del mundo. Ahora, mirando alrededor, las lágrimas me caen sin prisa. Cuando cojo el periódico, los montones de prensa siguen casi iguales al mediodía que a primera hora de la mañana. Pocos compramos el periódico -nos hemos acostumbrado al gratis total-, casi te miran mal por ser tan vulgar de leer en papel, ¿Qué nos ha pasado a los periodistas? ¿Dónde han quedado las ruedas de prensa brillantes donde las mujeres -pocas entonces- vestíamos con buen gusto y los chicos, a pesar de la edad, llevaban traje y corbata, todos bien duchados y peinados? ¿Qué fue de aquella generación que se esforzaba y no publicaba ni una línea sin comprobar la verdad de lo que escribía? El periodista, ese profesional con clase y serenidad que creaba opinión y se arriesgaba por decir lo que creía, al margen de la política y los poderes económicos, ya no existe. No sé en el momento que nos llegó la crisis. No sé cuando empezó a dejar de brillar nuestra estrella. Pero, de pronto, se dejó de valorar el periodismo y a los periodistas. Hoy, lo único que importa es el...

El viaje de Javier

Hace años tenía un mapa dónde ponía con un pincho rojo, verde o amarillo, los países que había visitado. Me sentía orgullosa – que falta de respeto- por tantos lugares en el mundo que había tenido la suerte de conocer. Como las causalidades no existen, tengo ahora en las manos, escrito por el rector de Deusto, José María Guibert, SJ, un libro de aventuras extraordinario: “El viaje de Javier”. El gran peregrino de la vida- como lo llama el autor- llenaría mi mapa de puntos y puntos porque Francisco Javier había estado en Francia, Italia, Portugal, India, Siri Lanka, Indonesia, Japón. China, Alemania, Suiza, Mozambique, Kenia, Yemen, Malasia, Singapur. El etcétera sería muy largo para recordar el azaroso camino del santo jesuita. “Su vida fue una continua decisión- dice el escritor de la obra-. Al principio basó más sus decisiones en lo que le pedían otros, ya fuera su familia, sus nuevos compañeros (en París, Venecia y Roma), el rey de Portugal o el gobernador de la India. Después asumió más el protagonismo de sus decisiones, quizá por la soledad en la que se encontraba, pero, sobre todo, quizá por descubrir cómo, ante los nuevos retos, Dios le movía y le alimentaba por dentro a decidir más allá de lo que la prudencia humana estándar aconsejaba. La pasión y la cierta locura por Dios, llenaba su interior y le hacia plantearse decisiones cada vez más arriesgadas. Quizá por eso es el jesuita más querido de la historia”. Sin la facilidad y el respaldo de un Erasmus,- como viajan algunos de nuestros universitarios-, con el gran valor de su voluntad,...