Apague la televisión, princesa

Apague la televisión, princesa

Querida Leonor: Ignoro si su situación es como la del poema de Rubén Darío –»la princesa está triste, qué tendrá la princesa»–, reconozco que su situación me importa tanto como la cría de pavos reales en Costa Rica. Reconozco mi falta de interés y siento no haber visto la emotiva despedida de sus padres –SS.MM.– en Barajas. Según he sabido, las cámaras recogieron el momento y se vio a sus reales progenitores acompañados de su hermana, despidiéndole con infinitas muestras de cariño. Me perdí este acontecimiento, como me estoy perdiendo muchos más que pasan en el mundo, porque tengo una vocecita interior tranquilizadora que me dice: «Apaga la televisión». En ese querer apagar, a veces no llego a tiempo y me quedo con retazos que me hacen perder el sueño por la noche. Vivo dentro de un zapping continuo. Se me van uniendo en el aire imágenes dislocadas que, fuera de contexto, son un auténtico caos. Y ya ve, como todo va a saltos, veo que la tierra y el cielo se han enfadado. En vez de agua cae de las nubes barro, en ciudades tropicales el clima pone nieve donde había palmeras. No podemos dirigir el mundo, ni evitar que se descontrole. Esta tierra enrabietada, como una niña pequeña, se ha puesto a tirar hielo y nieve donde nunca sabían qué era eso de una coagulación del agua en un menudo copo de aparente algodón. Se suceden los incendios, los volcanes rugen y de pronto sentimos un inmenso miedo porque eso no pasaba nunca. Los más apocalípticos piensan que hay unas fuerzas ocultas que están moviendo el planeta. No sé...