La vida en una cadena

La vida en una cadena

Cuando pasen miles de años, igual la Tierra vuelve a enfadarse y se abrirá en el mismo punto que se ha cerrado. Quizás entonces, aparezca la muñeca de Clara que se quedó sentada en el jardín viendo cómo un gigante la robaba para hundirla en la profundidad del mar. Clara se ha quedado en una esquina de la playa y mira con ojos vidriosos el final de su muñeca y de tantas muñecas aplastadas por el volcán. Ella no sabe decir qué siente. Sus vivencias son cortas, de niña. Nunca pensó que la montaña le iba a comer su casa, sus flores, su camita. Todo se lo ha llevado el volcán en un borbotón de rabia. Pienso en tantos niños y niñas que han visto su mundo sepultado dentro de las entrañas de la Tierra. Los habitantes de La Palma deben de estar ahogados de tantos abrazos y solidaridad que les mandamos. La pena es que son solo palabras y las palabras no sirven de nada. Saber la verdad no soluciona las incógnitas. En estos días de incertidumbre, la Tierra les echa de su lecho. Quiere ocupar ella sola la isla, por eso ha empezado a gritar desde el cráter del volcán. Sus alaridos ardientes han comido las casas que había cobijado con su presencia de paz. Pensaban que la montaña de fuego solo les iba a trasmitir el calor amoroso de su corazón. Los latidos de la Tierra han estremecido a los habitantes de la isla que, asustados, han abandonado sus cosas y no saben si quedará un lugar para permanecer, impotentes, viendo cómo todo desaparece para convertirse...