Descansar antes de estar cansado

Tengo tres relojes. Los tres se han quedado sin pila y no funcionan. Las pilas son un poco especiales y no se pueden poner en cualquier relojería. Así, con esta disculpa, he ido perdiendo las horas con el mañana que iba a llevar los relojes. Como son bonitos, durante estos días, me los he puesto de adorno, pero ayer fue trágico. Fiándome del móvil, puse una hora –7.45– para despertar y me equivoqué con otra hora. Tenía que haber marcado 6.45. Llegué tarde a un acto cultural y me sentí profundamente avergonzada porque no tuve tiempo ni de elegir la ropa apropiada, maquillarme y peinarme bien. El resultado fue nefasto. Había quedado a la puerta del teatro con mis amigas y, cansadas de esperar, entraron tarde en la sala y preocupadas, porque no sabían qué me había pasado. Además, me encontré a gente que no había visto hace años. Por supuesto, fui de cabeza por mi falta de cabeza. Como una luz en pleno día, he descubierto la razón; estoy dentro de una inmensa torre de pereza que me oculta la realidad. Llevo un tiempo diciendo lo que voy a hacer, los proyectos que tengo y a los compañeros que mañana voy a llamar. También he observado –me he observado– que se me ocurre iniciar historias por la noche. Y siempre tengo una vocecita interior con cara de diablillo que me dice: cierra el ordenador y descansa si no mañana no podrás hacer nada. Y me creo esta supuesta obligación y, «justificada», me voy a la camita tan tranquila. Mañana. Mañana es la palabra de oro. Todo lo haremos...