Ser periodista

Cuando escribo este artículo es 24 de enero, festividad de nosotros, los periodistas. Anoche, viendo en TV una entrevista a Iñaki Gabilondo, se me humedecieron los ojos. Éramos dos niños, cuando estudiábamos en la Universidad de Navarra. Iñaki estaba en tercer curso y yo, en primero. Cada uno siguió su camino. Iñaki empezó en la radio en Pamplona mientras hacíamos la carrera, y luego seguimos sendas distintas, creo que queriéndonos y respetándonos. Estábamos llenos de ilusión, empeñándonos en ser los mejores periodistas del mundo. Ahora, mirando alrededor, las lágrimas me caen sin prisa. Cuando cojo el periódico, los montones de prensa siguen casi iguales al mediodía que a primera hora de la mañana. Pocos compramos el periódico -nos hemos acostumbrado al gratis total-, casi te miran mal por ser tan vulgar de leer en papel, ¿Qué nos ha pasado a los periodistas? ¿Dónde han quedado las ruedas de prensa brillantes donde las mujeres -pocas entonces- vestíamos con buen gusto y los chicos, a pesar de la edad, llevaban traje y corbata, todos bien duchados y peinados? ¿Qué fue de aquella generación que se esforzaba y no publicaba ni una línea sin comprobar la verdad de lo que escribía? El periodista, ese profesional con clase y serenidad que creaba opinión y se arriesgaba por decir lo que creía, al margen de la política y los poderes económicos, ya no existe. No sé en el momento que nos llegó la crisis. No sé cuando empezó a dejar de brillar nuestra estrella. Pero, de pronto, se dejó de valorar el periodismo y a los periodistas. Hoy, lo único que importa es el...

¿Sabe usted francés? 2022, el año de la felicidad

Los perfumes me enloquecen. Según asegura la publicidad, con alguno puedes levitar, una simple gota puede ocasionar un desbarajuste emocional en un caballero que se lance en picado en busca de la estela; el perfume es la forma intensa del recuerdo; hace hablar en el silencio; es como el amor, solo un poco nunca es suficiente; solo vives una vez, te puedes permitir ser sorprendente; el perfume de un hombre es la droga de una mujer; tú perfume, hueles al amor de mi vida; es una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en los ojos; es abrir un tapón y ver salir estrellas porque la vida es bella; el perfume de una mujer dice más de ella que su letra; en todo corazón duerme un sueño y después de las mujeres, las flores son lo más hermoso que Dios ha dado al mundo… Como todos estos maravillosos sueños que iban a dejarme las mil y dos mil noches-con mago incluido-, los reyes de Oriente no me han regalado ese nuevo ser que llevo dentro y no me había dado cuenta. Hay despistes que no se justifican ni al principio del año. No tengo un perfume nuevo, a pesar de practicar mi francés, un mínimo por lo menos imprescindible, para leer los mensajes subliminales, que lanzan al cielo mujeres y hombres bellísimos, atractivísimos, esculpidos como héroes y heroínas griegas. Teniendo en cuenta que la constancia es un valor, sigo con mis frasquitos de siempre. Colocados en una balda en mi rincón de trabajo (le sorprenderá, pero es cierto), junto a mis libros, agendas y cuadernos. Todos están empezados para soñarme...