Adiós, Caperucita

Adiós, Caperucita

Encontré a Caperucita después de muchos, muchas años. Parecía igual, con su flequillo rubio, los ojos grandes y ese ligero parecido a mí que siempre -sin darme cuenta- tenían mis dibujos. El cuadro me lo recuperó mi amiga María, tras un penoso desguace de una guardería. Trajo el cuadro a casa y, como era muy grande, lo pusimos en la entrada de nuestro ático. María es mi vecina pianista. (Es una delicia escucharle al atardecer, cuando ha terminado de dar clases a sus numerosos alumnos pequeños y mayores) Nos pareció que, aquella niña, con su vestido azul y su cápita roja, recibiría a nuestros amigos cálidamente. Quedaba tan bonita contra la pared… No parecía que hubiesen pasado tantísimos años sobre ella. Seguía siendo una chiquilla sonriente y confiada que iba al bosque a casa de su abuelita. Necesitaba algún retoque. El cielo había perdido color. Cuando lo pinte -a guache- era azul, casi turquesa. La cestita y el vestido seguían perfectos. Al acercarme más, vi unos puntitos extraños. Será polvo, pensé. Lo limpie con un trapo y al pasar los dedeos por los pequeño desperfectos, vi, con espanto, que eran marcas de polilla. Los agüjeros mortíferos, habían empezado a corretear por el cielo, como gotitas de lluvia de primavera. Llamé a la puerta de María, las dos contemplamos a la Caperucita que, a pesar de su cara infantil, se había hecho vieja. Se había convertido en una bruja peligrosa en nuestro descansillo. Asustadas, cuando se hizo de noche, con una pena de niñas con su muñeca rota, la tiramos al contenedor de la basura. Cuando subimos en el ascensor,...

Mis zapatos rojos

Hace seis años compré en Bilbao unos zapatos perfectos. Desde el primer día se convirtieron en mi único calzado de verano. Me daba igual la ropa que me pusiera, los zapatos eran los mismos. El año pasado, dado el deterioro de mi entrañable calzado, pensé que en internet podía encontrar unos iguales. Los encontré exactos. Pagué un precio alto y esperé. Después de tres semanas me llegaron unos zapatos, pero no los zapatos que había pedido sino unos espantosos rosas de plástico. No valdrían más de cinco euros. Reclamé y me contestaron. Si quería mis zapatos reales, tenía que volver a pagar un suplemento de setenta euros. Resumiendo, me habían timado. Seguro que usted ha vivido alguna situación semejante. Se me quedó cara de panoli y acepté humildemente el engaño. Mis zapatos están rozados por todas las esquinas, pero siguen siendo mis favoritos. Con ellos no me tropiezo ni me duelen los pies. En este momento, su estado es lamentable. Y, vuelvo a pensar en internet. Había comprado otros objetos y, de nuevo, no me iban a timar. Busqué mis zapatos, casi de Cenicienta por difíciles de conseguir. Elijo un color rojo. Esta vez no me he equivocado. Es la tienda oficial de la marca. Hago el pedido, llevada por la intuición, porque estaba en inglés. Pasan dos semanas y recibo un Burofax Premiun Online que me comunican que mis zapatitos están en la aduana porque costaban más de 150 euros. Eran carísimos, 170 euros, pero los quería más que un niño un bombón. Con mi papel Burofax voy a Correos para recogerlos y pagar lo establecido en aduanas....

Esa mujer “protagonista”

Felicidad. Éxito total. La Cumbre de la OTAN, celebrada en Madrid, ha contado con treinta países aliados en el inicio oficial. Cuatro eran mujeres. El dato supone una gran desigualdad en los organismos internacionales. Las cuatro “estrellas” -tristemente con comillas, por excepcionales- han sido Mette Frederiken, primera ministra de Dinamarca; Katrina Jokobsdóttir, primera ministra de Irlanda; Kaja Kllas, primera ministra de Estonia y Zuzana Caputova, presidenta de Eslovaquia. Este acto político, de gran envergadura para la mujer, es un continuará de despropósitos. En la foto oficial, hasta los colores que destacan entre los trajes grises, “están fuera de lugar”. Las otras damas, acompañantes de los mandatarios mundiales, fueron agasajadas por la reina Letizia, con pruebas de aceite de oliva, baile flamenco, una demostración de cómo se hacen las pelucas de la ópera -también asistieron a un ensayo de Nabuco– y cómo se confeccionan vestidos de teatro y se infla el vidrio. Todo un programa “feminista”. Continuará. Esta palabra gusta mucho cuando la película ha parecido perfecta o el libro magnifico. Sin embargo, las obras han de ser únicas, sin necesidad de segundas partes. En la política pasa igual. Todos los partidos quieren escribir una nueva página, pero, por más que lo deseen (¿?), no saben pasar página y volver a empezar. A veces, para entender un cuadro, hay que mirarlo continuamente, hasta que los colores entran limpios, sin mezclarse borrosos en un vértigo de vacío. Pocos entienden de pintura.  El continuismo es el protagonista mundial. Ser capaz de romper la línea recta y arriesgarse a la innovación de una curva, es tan delicado que los políticos prefieren un punto...

Por favor, no sea pesado

“Es fundamental escribir sobre cosas que duelen y aíslan para que no nos sintamos solos”. Esta frase de la escritora Maggie O´Farrell, ha conseguido, en un segundo, que no sienta deseos de leer ninguna historia de esta narradora que, aunque tenga fama, su corazón va desacompasado. Estas dos líneas -tan inteligente y que seguro tardó mucho en verbalizarlas- no dejan de ser una solemne inoportunidad. ¿Estoy triste? Pues aguanta y no seas pesado. ¿Se me va a pasar si pego mi tristeza a todo bicho viviente? No. Lo único que conseguiré es embadurnarles más con mis agudos e inteligentes embrollos de cabeza. Cuando era más joven, pensaba que tenía que plasmar mi nostalgia y melancolía en un folio. Una vez escrito, me parecía que había quedado bien, pero no perfecto. Las frases me obsesionaba que estuvieran bien construidas, la puntuación correcta, sin olvidar los acentos. Resumiendo, descubrí que siempre hacía -y hago-literatura. Me fastidia que quien lea un artículo o una novela mía, se quede hecho puré. Necesitamos buenas experiencias para contar, historias tranquilas y cuentos que terminen con perdices. Ya pasó el tiempo de “Los miserables”. Hay que pintar de colores el cielo y la tierra. Elegir un tono bonito para las tormentas -las de verano son preciosas- y mojarse de lluvia por el placer de sentir el agua en la cara. Las penas se pasan, aunque algunas, como chicles, no se quitan fácilmente. Si un chicle se mezcla con otro chicle se hace mayor y es más difícil de quitarlo de encima. No coma chicle, mejor bombones, el chocolate hace feliz. La goma de mascar nos pone...

Una sorpresa real al día

Los acontecimientos se comen unos a otros y así crecen. Parece imposible que puedan pasar más cosas, pero siguen pasando, como la lava del volcán de la Palma que vimos impotentes crecer sin poder pararla. La visita del rey emérito nos ha dejado una estela dudosa. Desde el coche miraba a todos con ojos acuosos y le mirábamos con pena. Realmente era un abuelo, disminuido, torpe que, aparentemente, pedía un poco de cariño y volver a ver su tierra. Pero en el fondo de los corazones -biempensantes y mal pensantes- se albergaban las dudas. Siendo tan majo, por qué no agachaba la cabeza en un acto de humildad y nos pedía perdón a todos por sus continuos errores. Los últimos años de su reinado fueron una pesadilla. Mal que bien se nos habían olvidado, pero las efusiones de amor patrio de los gallegos, nos han dejado un poco fuera de lugar. Nuestros interrogantes han quedado en el aire sin cerrar y, quizás, lo único destacable, fue la ternura de ir a ver a su nieto jugar un partido. Él solo en las gradas parecía la oveja perdida del rebaño. Lentamente la normalidad vuelve. Los habituales insultos de los políticos son el murmullo cotidiano. Regresamos, con naturalidad inconsciente, a bordear el abismo. Se han escrito criticas, se han quejado algunos políticos, pero con voz baja, sin destacar alto su desacuerdo con el viaje real. Un escritor con el que disfruté mucho siendo joven, Armando Palacio Valdés, dijo en uno de sus libros: “cuando la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo”....

Ese escudo protector

“Querer es poder” fue durante muchos años mi lema de vida. Incluso lo llevaba grabado en un anillo. Han pasado los años y todo lo que quieres no puedes conseguirlo. Si quieres, puedes, te deja deprimida. Estos días he leído un artículo interesante en una revista femenina. No viene a cuento repetirlo, pero la esencia es esa frustración que te queda en el no llegar. San Agustín -me sorprende que le cite tanto con lo machista que era- habla con Dios y le dice: ”me has hecho de tierra y de una tierra difícil de cultivar”. Cierto, y pese a la aridez del terreno, nos esforzamos; plantamos flores, regamos los tallos, pero -a pesar de quererlo-, los brotes no dependen de nosotros. Este año, los capullos de mis camelias no han florecido. Ignoro qué he hecho mal, pero están al borde de la muerte. He comprado hortensias y las miro cada despertar, temerosa de que me digan adiós sin motivo. Hablo con las flores y no me escuchan. Siguen su caprichoso ciclo vital. El segundo de mis mantras era -digo era porque ya no es- “nunca pasa nada”. Pues también falla, porque pasan muchas cosas que no conseguimos por mucho que nos empeñemos en hacerlas posibles. En estos meses de aislamiento, hemos leído infinidad de libros de autoayuda, hemos oído podcast sobre meditación, silencio, encontrar nuestro yo dentro de nosotros mismos. Lo siento. He llegado a una conclusión. Nada sale como quieres. Vivimos dentro de la pregunta del príncipe Hamlet: ser o no ser y, añado, ver o no ver. Los tópicos -un tópico es verdad si se repite...