Puigdemont, rey de la fiesta

Pues este señor con flequillo de niño travieso ha cambiado el país al revés. Sus poquitos votos son el candado que puede abrir o cerrar el futuro de una nueva vida. Me resulta difícil olvidar los coches quemados y los continuos disturbios en Cataluña que llevaron a sus líderes al exilio o a la cárcel. Eso fue una realidad que vimos todos. También vimos la humilde casa que le acogía en Waterloo. Después de muy poco tiempo volvemos a ver a este señor pidiendo la luna. Y le concederán la luna. Como un tierno infante escribe su carta a los Reyes Magos. Ya la ha echado al correo. Quien la abra, en vez de bicicletas, muñecas, cuentos y cochecitos, encontrará una bomba con un dispositivo movible. No estallará si el remitente no toca una pestaña donde están las condiciones para evitar que el artilugio explote. En este momento, todos los mandatarios del país tienen en su cabeza el flequillo del líder catalán en el exilio. Nadie sabe cómo peinarlo ni, por supuesto cortarlo. Estamos expectantes. En un segundo, pueden cambiar ministerios, consejerías y presidente. No hay vidente capaz de adivinar qué pasará con este especial prófugo de la justicia que no quiere volver del exilio ni esposado ni rendido. Los candidatos tienen que solucionar esta situación antes del 17 de septiembre. Queda poco tiempo. Ningún líder convence y las críticas de un partido a otro se multiplican. Parece ser que se han terminado los oradores brillantes, capaces de mediar en este descontrol. Los presidentes de la antigua – o nueva, no sé- formación política, estos días han hecho numerosas...
Conde de Barcelona

Conde de Barcelona

Pues, verá, a mí el rey me da igual y la reina -con c o con z- lo mismo. Pero, la mala educación me molesta y no saludar con el debido respeto al jefe de estado está mal, aquí y en la luna. No sé qué hubiera pasado en Inglaterra si su majestad recibiera semejantes desplantes. En fin, como decía aquel, allá su conciencia, aunque la dignidad no está reñida con la ideología. A Felipe VI le trataron como a un repartidor de supermercado. Con estas historias cotidianas me he acordado de la magnifica serie The Crown; la vida y milagros de la corte británica nos ha tenido a todos embobados. Creo que la casa real española también daría juego en un culebrón televisivo. Aquí hay de todo, buenos, malos, mediocres y menos mediocres. Desde que Franco convirtió el país en monárquico de nuevo, por su graciosa gana, volvimos a tener coronas, armiños y terciopelos, cenas de gala y numerosos actos con protocolo intocable. Lo de intocable es un decir. Hace años -no tantos- este artículo no podría haberlo escrito porque no se podía opinar sobre sus majestades. El tiempo vuelve al cauce la normalidad y esta corte es, como todas las cortes, un añadido que sobra, pero el conjunto es digno de un gran serial. Don Felipe quiere volver a ser -en realidad lo es- conde de Barcelona, como su abuelo don Juan, el más inteligente de la familia (por ser más espabilado, el generalísimo se lo quitó de en medio sin que le temblara la mano). Así, de pronto nos encontramos con un palacio, unos nobles y...

Ahora no jugar con bombas

Pues, verá, creía que definitivamente la violencia se había ido en el silencio del olvido. Cuando ETA dejó las armas, tomamos champán, reímos, descansamos y fuimos felices. La paz nos rodeó, como una novia, con su tul blanco, y una amplia sonrisa iluminó el cielo y la tierra de Euskadi. En nuestra tierra, el separatismo se vivió – y se vive- puertas a dentro de las casas y de las calles. Siempre fue un sentimiento secreto que los recios vascos no quisieron mezclar con la violencia, no era -ni es- una acción vergonzosa. Cataluña, hermana en mil historias semejantes, ha sorprendido, como una loba perdida en tierra de nadie. Cierto que no veo bien que políticos catalanes estén encarcelados mientras su líder pasea su melena por Europa, viviendo en una especie de castillo napoleónico que suena a derrota. Puigdemont insiste en ser un líder del exilio. Un exiliado vergonzoso, porque si hubiera sido un catalán valiente estaría con sus compañeros en la cárcel. Este es otro cuento. Para los empresarios separatistas “Puigdemont huyó para evitar que le lincharan los suyos por traidor”. Y de pronto, cuando hay una espera anhelante para los encarcelados -una sentencia que dibuja muchos interrogantes- unos insensatos quieren imponer su violencia particular para revindicar -revindicar qué- este preámbulo ingrato de la inocencia de los procesados. No sé lo que vuela dentro de la cabeza de algunos catalanes que se aferran a posturas absurdas, revindicando libertades. El pasado lunes la Audiencia Nacional detuvo, acusados de terrorismo y tenencia de explosivos, a nueve miembros de los Comités de Defensa de la Republica (CDR). Para el presidente de...

Por Dios y por la Patria, Franco se queda

Me he despertado con un sudor frío alarmante. Los temas funerarios me asustan mucho. Instintivamente me he llevado la mano a la boca y, como en las películas -yo no iba a ser menos-, me he sentado en la cama y he buscado un kleenex para quitarme el sudor que perlaba mi frente. El sueño que me había despertado tan aturdida estaba protagonizado por el Generalísimo Franco. Tanto hablar de su exhumación, me ha descolocado la cabeza. En mi pesadilla, tres hombres -posibles ladrones o fetichistas- vestidos de negro y cubiertos con capuchas y guantes también negros, abrían el mausoleo del Caudillo, levantando los 1500 Kg. de la losa con una especie de palanca enorme. Como expertos ladrones movieron la lápida, rompieron la tapa que cubría el ataúd, pasaron por alto lo acartonado del cadáver, le abrieron la boca y, con un delicado alicate, le sacaron los dientes de oro ubicados al final de la dentadura. Cuatro piezas de oro purísimo. Una vez conseguido el botín, salieron rápidamente y, sin cerrar la losa, desaparecieron con el mismo silencio que habían entrado. ¡Era el oro el causante de tanto revuelo! Contar los sueños, si te acuerdas, puede ser larguísimo. Evito las reliquias y demás historias macabras. Me levanto, pongo la cafetera y, mientras sale el café, enciendo la TV. En la primera imagen, Franco, en la capilla ardiente, recibiendo pleitesía de los españoles que aquel día de su muerte lloraban como Arias Navarro. Esto es totalmente real. Era un reportaje retrospectivo. He cerrado la TV y, ya con la taza en la mano, he encendido la radio. Manolo Escobar, cantaba...

A las cruzadas por la unidad

La manifestación del domingo cambió, a última hora, los slogans contra los catalanes por “Elecciones ya” y “Stop a Sánchez”. Pablo Casado, como un Don Pelayo trasnochado, hablaba a la muchedumbre, con lenguaje heroico: “Hoy empieza la reconquista del corazón que ha dicho basta”. Albert Rivera gritaba que “el tiempo se ha acabado” y Abascal que hay que “echar al okupa Pedro Sánchez de la Moncloa”. Las banderas nacionales desfilaron por Madrid, acompañadas de enseñas de la guardia civil y de los tercios de Flandes. Mientras la delirante marcha pedía la detención de Quin Torra y el adelanto de las elecciones, el presidente del gobierno, a la misma hora, manifestaba en Santander: “El gobierno trabaja para unir a los españoles y no para separarlos”. Creo que estamos al borde de una cruzada. ¿Qué se puede hacer? Si usted puede con Dios hablar… -la canción sigue de música de fondo- pregúntele, de paso por favor, qué haría en este país complicado o tan terriblemente simple. Seguro que le respondería que es la cuestión de siempre: el poder. Nada más que el poder. El Partido Popular quiere el poder y ha decidido que le gusta insultar. Ciudadanos, más sumiso, quiere el poder, Vox quiere el poder sin más zarandajas y ha encontrado la insólita formula de humillar a la mujer. El presidente Pedro Sánchez no quiere, por nada del mundo, bajarse del sillón de mando. Todos gritan a la vez y han decidido que, el problema no es de ellos, ni de su deseo de arrastrarse hasta la Moncloa. No, nada eso, para la derecha el problema son los catalanes. Ellos,...