Camila y Carlos

Le llamaban el príncipe de las tinieblas porque, como Drácula, salía de noche para reunirse con su amante. Eran dos infieles enamorados que, ya casados, entraban asustados, esta semana, en su nueva casa. Traspasaron las verjas del castillo solos y vestidos de negro. Camila llevaba un colar de perlas y Carlos muchas lágrimas sin derramar. Nadie está preparado para quedarse huérfano. Una multitud con flores los acompañó hasta la puerta. Después el silencio. Su larga historia de amor empezó el 8 de septiembre, cuando la soberana inglesa se fue al más allá y, ellos, se convirtieron en reyes Alrededor de la pareja hubo muchos rumores, tristezas y desacuerdos de estado. Quizás ahora vendría bien la frase del poeta “Quien mas te haga sufrir, también dejará la herida que más tarde se cicatrizará”. Camila, ya no tiene lágrimas; con su matrimonio ha llegado a las nubes. Estas historias de reyes y princesas tienen un amargor de victimismo. Los dos amantes, tuvieron que estar divorciados para poder casarse civilmente. Se conocieron cuando el príncipe tenía 20 años (todo lo sabemos por la serie The Crown), y el amor fue, como en las novelas románticas, instantáneo. Es bonito pensar que su leyenda real fue una casualidad -en un partido de polo-, pero, como las casualidades no existen, aquel día fue muy temprano para el amor, tuvieron que vivir cada uno su propia historia. Camila se ha adaptado a ser una mujer pública y se ha  ganado, paso a paso, a la dinastía más añeja del mundo y al pueblo más desconcertante. Después de tantas malas caras, ahora los dos están coronados como...

El corazón del emperador

Desde niña creí las palabras del principito de Saint Exupèri: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible para el alma”. Muy romántico pero equivocado. Estos días, he sufrido una de las decepciones mas grandes, fruto de mi ignorancia. El corazón no es rojo sino blanco. He visto, con muy poca devoción y gran minuciosidad, el corazón del emperador de Brasil Pedro I metido en un gran tarro de formol  desde hace 200 años. Como no es un corazón vulgar, está resguardado dentro de  una urna de oro. Estos pormenores los he seguido por TV, con numerosos comentarios peregrinos. Un equipo de Médicos estudió el órgano para saber si estaba en condiciones de efectuar  largo viaje de Portugal a  Brasil, para asistir a los actos conmemorativos de la independencia de Brasil.  El imperial corazón hizo el trayecto en un avión de las Fuerzas Armadas brasileñas, acompañado de tres autoridades y el alcalde de Oporto El corazón no sufrió ningún infarto y llego a la base aérea de Brasileia donde fue recibido, con honores de jefe de estado, por el presidente Bolsonaro y su esposa. Con cara seria, como requería el acto, fue conducido, bajo una fuerte seguridad, hasta el palacio de Itemari. Por el camino, como en nuestro país en tiempos de Franco, muchos niños agitaban banderitas de papel y hasta vi auna mujer brasileña  con  lágrimas  en los ojos, recordando  el cariño de un emperador que nunca conoció. Secretamente -más bien lo sabe todo el país- con este acto Bolsonaro quería ganar votos para las próximas elecciones. Lulla da Silva le supera en miles de...

Gorriones

Pájaros y flores. Cuando queremos descansar la cabeza, intentamos ponerla en blanco por unos minutos,  pensamos en pájaros y flores. Normalmente es una frase hecha, no corresponde a la realidad. Nuestra preocupación -la que sea- sigue martillando la cabeza, pidiendo el protagonismo que le corresponde. Buscar árboles, margaritas y ruiseñores son fantasías que difícilmente se dibujan en nuestro día a día. El deseo de serenidad puede llevarnos a dar un paseo al lado del mar, respirar la brisa y poco a poco, cada tema se ubica ordenadamente. Estamos libres. Nos da igual el ahorro energético, las visitas de Nancy Pelosi, los misteriosos pinchazos anónimos a mujeres que están de fiesta, que el Papa quite poder al Opus Dei y la cantante Bayonce copie una canción en su nuevo disco Energía. Tampoco nos importa el orden o desorden de Feijóo en su partido, que un fluido- procedente del cerdo- pueda terminar con la donación de órganos, un buitre se pasee por Madrid y las gaviotas reinen en la playa de la Concha. Nada logra sorprender. Pero… Después de la dulce caminata, nos sentamos en una terraza a la sombra y pedimos un pincho de tortilla con un vino blanco. Un suspiro, cerramos los ojos y, en ese momento, justo en ese instante en que los pájaros y las flores llenan su cabeza de paz, llegan los gorriones. Un montón de gorriones se abalanzan sobre nuestra tortilla, estirando el pan de pico en pico como una manada de elefantes. Intentamos espantarlos, tarea imposible y, además, se nos han quitado las ganas de comer el pincho de tortilla lleno de pio, pio,...
Adiós, Caperucita

Adiós, Caperucita

Encontré a Caperucita después de muchos, muchas años. Parecía igual, con su flequillo rubio, los ojos grandes y ese ligero parecido a mí que siempre -sin darme cuenta- tenían mis dibujos. El cuadro me lo recuperó mi amiga María, tras un penoso desguace de una guardería. Trajo el cuadro a casa y, como era muy grande, lo pusimos en la entrada de nuestro ático. María es mi vecina pianista. (Es una delicia escucharle al atardecer, cuando ha terminado de dar clases a sus numerosos alumnos pequeños y mayores) Nos pareció que, aquella niña, con su vestido azul y su cápita roja, recibiría a nuestros amigos cálidamente. Quedaba tan bonita contra la pared… No parecía que hubiesen pasado tantísimos años sobre ella. Seguía siendo una chiquilla sonriente y confiada que iba al bosque a casa de su abuelita. Necesitaba algún retoque. El cielo había perdido color. Cuando lo pinte -a guache- era azul, casi turquesa. La cestita y el vestido seguían perfectos. Al acercarme más, vi unos puntitos extraños. Será polvo, pensé. Lo limpie con un trapo y al pasar los dedeos por los pequeño desperfectos, vi, con espanto, que eran marcas de polilla. Los agüjeros mortíferos, habían empezado a corretear por el cielo, como gotitas de lluvia de primavera. Llamé a la puerta de María, las dos contemplamos a la Caperucita que, a pesar de su cara infantil, se había hecho vieja. Se había convertido en una bruja peligrosa en nuestro descansillo. Asustadas, cuando se hizo de noche, con una pena de niñas con su muñeca rota, la tiramos al contenedor de la basura. Cuando subimos en el ascensor,...

Mis zapatos rojos

Hace seis años compré en Bilbao unos zapatos perfectos. Desde el primer día se convirtieron en mi único calzado de verano. Me daba igual la ropa que me pusiera, los zapatos eran los mismos. El año pasado, dado el deterioro de mi entrañable calzado, pensé que en internet podía encontrar unos iguales. Los encontré exactos. Pagué un precio alto y esperé. Después de tres semanas me llegaron unos zapatos, pero no los zapatos que había pedido sino unos espantosos rosas de plástico. No valdrían más de cinco euros. Reclamé y me contestaron. Si quería mis zapatos reales, tenía que volver a pagar un suplemento de setenta euros. Resumiendo, me habían timado. Seguro que usted ha vivido alguna situación semejante. Se me quedó cara de panoli y acepté humildemente el engaño. Mis zapatos están rozados por todas las esquinas, pero siguen siendo mis favoritos. Con ellos no me tropiezo ni me duelen los pies. En este momento, su estado es lamentable. Y, vuelvo a pensar en internet. Había comprado otros objetos y, de nuevo, no me iban a timar. Busqué mis zapatos, casi de Cenicienta por difíciles de conseguir. Elijo un color rojo. Esta vez no me he equivocado. Es la tienda oficial de la marca. Hago el pedido, llevada por la intuición, porque estaba en inglés. Pasan dos semanas y recibo un Burofax Premiun Online que me comunican que mis zapatitos están en la aduana porque costaban más de 150 euros. Eran carísimos, 170 euros, pero los quería más que un niño un bombón. Con mi papel Burofax voy a Correos para recogerlos y pagar lo establecido en aduanas....