¡Goool!

Mi tío Adrián era pausado, sereno, hablaba lo justo, con una voz elegante a medio tono. Creo que fue el más sensato de mis tíos. Pero el fútbol le volvía loco. Cambiaba su mesura en locura. Gritaba, chillaba, se mareaba de excitación…Otro hombre. Reñía al arbitro y trataba de inútil a quien fallara un penalti. Un día le dio un amago de infarto en Lasesarre, cuando perdió el Baracaldo. Desde entonces, el médico le prohibió ir al campo y ver los partidos importantes de la liga por televisión. El fútbol cambia el temperamento mas templado de los hombres, también hay muchas mujeres hinchas, pero no tan excitadas. Quizás dominen mejor sus instintos primarios que se desatan en un campo de fútbol. En nuestra tierra, el Athletic es de la familia. La pasión puede ser tan profunda que entra a formar parte de la vida en el embarazo. A mi nieto José Mari, antes de haber nacido, su abuelo le había hecho el carnet de socio del club. En Uruguay, cuando una madre siente que su hijo sale al mundo, grita gol en la sala de partos. Ha conseguido el gol de la vida. Ser de un equipo y sentir con el equipo es la más profunda religión que puede sentir de verdad el corazón humano. Mario Benedetti, cuando estuvo en el exilio en España, confesaba que encontró en el balón el fino hilo al que agarrarse para mantener latiendo su arraigo uruguayo. Ganar o perder puede ocasionar una batalla campal. Un partido de fútbol tiene muchos momentos emocionantes que nos hacen olvidar el cotidiano dolor que nos rodea. Decía...

No a la guerra

De nuevo estamos en guerra. Pero ¿cuándo hemos tenido paz? Ahora es Ucrania, antes ha sido Afganistán, Yemen, Siria, miles de aldeas y pueblos de África y Asia. Siempre hay guerra, siempre hay volcanes que se enfadan con la tierra y, siempre, nos olvidamos de los que están (siguen estando) debajo del volcán. No se han solucionado sus problemas, pero somos olvidadizos y nos ponemos al frente de un nuevo proyecto que no va a ningún sitio. “No a la guerra”. Cuántas veces hemos dicho las mismas palabras. Cuántas veces hemos ido a manifestaciones pidiendo paz, reivindicaciones feministas, libertad en el amor. Cuántas veces hemos pedido ayuda para los refugiados. Cuántas veces nos creemos profetas en una tierra de nadie. Cuántas veces hemos criticado a los políticos. Cuántas veces hemos gritado contra la corrupción. Cuántas veces… Miles de veces. No sé qué podemos hacer, porque juntos hemos hecho este mundo distorsionado donde gritamos paz y miramos, por encima del hombro, a todos los indigentes que van aumentando en nuestra vida cotidiana. Sé escribir, pero no sé solucionar. El mundo no ha cambiado y nosotros tampoco. Napoleón puede ser Putin y Robespierre el presidente de los EE.UU. Lo único que cambia son los vestidos y los decorados. Somos la multitud desgreñada y chillona que estaba en la Bastilla. Somos los que asistimos impasibles a un “juicio de Dios” donde quemaban vivo a un inocente por no besar una cruz. Seguimos asistiendo a sacrificios de fuego de periodistas, lo único que han hecho es informar de las atrocidades que veían y, a esos corresponsables valientes, les pagaban sueldos de becarios. Somos...

Konpartitu

Me invitaron a un concierto fascinante. Cristina López era una catalana que cantaba flamenco, como si las notas salieran de la garganta de un ruiseñor. Un ruiseñor que se ha perdido en una ciudad añorando el bosque. Ni en Triana o el Sacromonte había oído un quejido tan bello que llegaba del más allá. Alfonso Aroca le acompañaba al piano. No le acompañaba, se escapaba de la sala donde estábamos reunidos y convirtió el piano en una guitarra desgarrada. Sonaba a ratos a flamenco, no era flamenco; a jazz, no era jazz; a zortziko, no era zortziko; a… no sé calificarlo. El piano de Alfonso Aroca recorría los vestigios del andaluzí, se escondía en la Alhambra, cruzaba los fandangos de Huelva, las alegrías de Cádiz, la elegancia de los tangos de Sevilla hasta los tangos de Lérida, pasando por el País Vasco. La txalaparta convertida en teclas, la guitarra de Paco de Lucía y el sonido ronco de Camarón de la Isla junto a Enrique Morante y las bulerías de Rancapino. Un Lole y Manuel de color, un grove de marimba resucitado. Nunca había estado en un concierto semejante, en un Bilbao que anochecía sin disfrutar esos sonidos mágicos que subían y bajaban como un piano embrujado. Alguien dijo que Alfonso Aroca era famoso, con muchos premios internacionales, que había transformado el piano, la música clásica y el cante jondo. Me sentía sumergida en un vaivén de sensaciones, que iban de Nueva Orleans al aquelarre misterioso de guitarras de bailes gitanos alrededor de una fogata. Casi todo el tiempo tuve los ojos cerrados, intentando retener la belleza de aquel...

Ser periodista

Cuando escribo este artículo es 24 de enero, festividad de nosotros, los periodistas. Anoche, viendo en TV una entrevista a Iñaki Gabilondo, se me humedecieron los ojos. Éramos dos niños, cuando estudiábamos en la Universidad de Navarra. Iñaki estaba en tercer curso y yo, en primero. Cada uno siguió su camino. Iñaki empezó en la radio en Pamplona mientras hacíamos la carrera, y luego seguimos sendas distintas, creo que queriéndonos y respetándonos. Estábamos llenos de ilusión, empeñándonos en ser los mejores periodistas del mundo. Ahora, mirando alrededor, las lágrimas me caen sin prisa. Cuando cojo el periódico, los montones de prensa siguen casi iguales al mediodía que a primera hora de la mañana. Pocos compramos el periódico -nos hemos acostumbrado al gratis total-, casi te miran mal por ser tan vulgar de leer en papel, ¿Qué nos ha pasado a los periodistas? ¿Dónde han quedado las ruedas de prensa brillantes donde las mujeres -pocas entonces- vestíamos con buen gusto y los chicos, a pesar de la edad, llevaban traje y corbata, todos bien duchados y peinados? ¿Qué fue de aquella generación que se esforzaba y no publicaba ni una línea sin comprobar la verdad de lo que escribía? El periodista, ese profesional con clase y serenidad que creaba opinión y se arriesgaba por decir lo que creía, al margen de la política y los poderes económicos, ya no existe. No sé en el momento que nos llegó la crisis. No sé cuando empezó a dejar de brillar nuestra estrella. Pero, de pronto, se dejó de valorar el periodismo y a los periodistas. Hoy, lo único que importa es el...

¿Sabe usted francés? 2022, el año de la felicidad

Los perfumes me enloquecen. Según asegura la publicidad, con alguno puedes levitar, una simple gota puede ocasionar un desbarajuste emocional en un caballero que se lance en picado en busca de la estela; el perfume es la forma intensa del recuerdo; hace hablar en el silencio; es como el amor, solo un poco nunca es suficiente; solo vives una vez, te puedes permitir ser sorprendente; el perfume de un hombre es la droga de una mujer; tú perfume, hueles al amor de mi vida; es una dulce promesa que hace aparecer lágrimas en los ojos; es abrir un tapón y ver salir estrellas porque la vida es bella; el perfume de una mujer dice más de ella que su letra; en todo corazón duerme un sueño y después de las mujeres, las flores son lo más hermoso que Dios ha dado al mundo… Como todos estos maravillosos sueños que iban a dejarme las mil y dos mil noches-con mago incluido-, los reyes de Oriente no me han regalado ese nuevo ser que llevo dentro y no me había dado cuenta. Hay despistes que no se justifican ni al principio del año. No tengo un perfume nuevo, a pesar de practicar mi francés, un mínimo por lo menos imprescindible, para leer los mensajes subliminales, que lanzan al cielo mujeres y hombres bellísimos, atractivísimos, esculpidos como héroes y heroínas griegas. Teniendo en cuenta que la constancia es un valor, sigo con mis frasquitos de siempre. Colocados en una balda en mi rincón de trabajo (le sorprenderá, pero es cierto), junto a mis libros, agendas y cuadernos. Todos están empezados para soñarme...